lunes, 9 de octubre de 2017

El Arte de ser el Che


Entre los extraordinariamente múltiples talentos del Che: éticos, políticos, intelectuales y militares, frutos de su voraz afán por desarrollar constantemente al máximo posible su humanidad, se encuentra también su dimensión artística.

El sábado pasado, 7 de octubre, en el espacio “Juglares” en Lima, animado por el trovador Jorge Millones, durante un hermoso recital de canto y poesía para celebrar el regalo que ha sido la vida, la lucha y el ejemplo del Che, fue también una estupenda ocasión para profundizar y disfrutar de esta fundamental dimensión artística suya.

La importancia del arte para el Che puede graficarse en el hecho de que, en medio de las terribles dificultades, sacrificios y escaseces de la guerrilla en Bolivia, llevaba en su mochila un cuaderno con poesías de Pablo Neruda, César Vallejo, León Felipe y otros poetas.

Los más grandes poetas, entre ellos el mismo Neruda, Benedetti, Cortázar, Guillén y muchos otros, le correspondieron, a su vez, con versos que expresaron la pena y la admiración, cuando su partida física sacudió a los pueblos del mundo entero, sin excepción. Como lo muestra el hecho extraordinario que a mediados de la década de 1960, cuando el movimiento político de los afroamericanos en Estados Unidos alcanzaba sus expresiones más radicales, virulentas y hasta sectarias, el único retrato de un líder no afroamericano que, no solo era admitido, sino públicamente admirado, era el del Che.       

Su ejemplo se ha vuelto desde entonces una fuente de inspiración que no cesa. Siguen los poetas cantando su paso por el mundo. Muchos fueron también guerrilleros, como Roque Dalton, Leonel Rugama y Tomás Borge, entre otros.   

Existen poesías del propio Che, previas a la expedición guerrillera del Granma, en las que le habla a Fidel - casi premonitoriamente de la que sería después su imagen más conocida - de “frente plena de martianas estrellas”. Durante su vida como cuadro dirigente de la revolución cubana, en el ejercicio de diversos cargos, era usual que citara o leyera poesías en medio de sus discursos públicos, como por ejemplo la de Rabindranath Tagore.

Inagotable ha sido también su inspiración en el canto, que ha encontrado en el Che uno de los tópicos más sublimes y colectivos de la humanidad. Desde las sencillas coplas campesinas hasta la trova y el rock.

En el libro “Canto épico a la ternura”, Rony Feliú, Director cubano de la Revista Tricontinental, ha recopilado 150 canciones de 16 países directamente creadas para el Che. En una entrevista reciente, Silvio Rodríguez habla de siete de sus canciones para el guerrillero heroico. La canción “Hasta siempre, Comandante” del cubano Carlos Puebla es ya un himno latinoamericano. 

La banda de rap metal estadounidense Rage Against the Machine (Odio contra la máquina), que se caracteriza por sus mensajes de crítica social y política, usó la más icónica imagen del Che, con boina y mirando el horizonte, para la portada de su primer disco.     

Desde la escultura, la pintura, la fotografía, el mural y todas las formas concebibles del arte visual, la imagen del Che se ha generalizado a la cultura pop, incluyendo su presencia en tatuajes, banderas de barras de fútbol, camisetas, zapatillas y toda clase de productos mercantiles. Se ve en ello muchas veces una distorsión contraproducente. Pero representa también un plano mucho más amplio de su influencia y simbolismo ético primordial, acaso incluso inconsciente, aunque necesariamente menos denso y menos definido ideológicamente. 

El denominado séptimo arte también sabe de su paso. En 1969, apenas caído el Che, se estrenó la película “Ché!”, dirigida por Richard Flischer y groseramente manipulada por la Central de Inteligencia norteamericana, CIA, para desprestigiar al revolucionario. La película fue prohibida en Argentina debido a su evidente impronta fascista. Omar Sharif, afamado actor que interpretó al Che en ella, ha lamentado públicamente haberlo hecho, calificándolo como el mayor error de su vida.  

En 2004, se estrenó la película “Diarios de motocicleta”, dirigida por Walter Salles y protagonizada por Gael García Bernal, que relata los viajes juveniles de Ernesto Guevara por América del Sur en 1952. Ganó más de veinte premios internacionales.    

En 2008, se estrenó la película “Che”, dirigida por Steven Soderbergh y protagonizada por el actor Benicio del Toro. Aplaudida por la crítica y el público, muestra la vida del Che en dos partes; la primera (“El Argentino”) en la lucha guerrillera cubana y la segunda (“Guerrilla”) en la lucha guerrillera en Bolivia. 

Se está por estrenar en Japón, y se anuncia para noviembre en Cuba y Bolivia, la película “Ernesto”, centrada en la vida de Freddy Maymura, joven estudiante de medicina,  boliviano de padres japoneses, que cayó en la lucha guerrillera del Che en Bolivia, usando como nombre político el que da título a la película. Dirigida por el japonés Junji Sakamaoto, es una producción japonesa rodada en Cuba y en español.

En el campo del vídeo documental, existen literalmente innumerables documentales centrados en diversos aspectos de la vida y lucha del Che, cuyo núcleo podría encontrarse en la producción cubana de más de cuarenta documentales del más alto valor fílmico, histórico y político.      

Artista de sí mismo

Existe consenso, finalmente, que la mayor dimensión artística del Che fue él mismo. Una idea que asoma en esta frase que escribió en una carta de despedida a sus padres, antes de emprender los que serían sus últimos proyectos guerrilleros: “…una voluntad que he pulido con delectación de artista.”

Una idea que se reafirma con singular belleza en uno de los más conmovedores documentos que se hayan hecho para el Che, la carta de despedida para él de Haydée Santamaría, la legendaria revolucionaria cubana:

     “…este gran pueblo no sabía que grados te pondría Fidel. Te los puso: artista.  Yo pensaba que todos los grados eran pocos, chicos, y Fidel, como siempre, encontró los verdaderos; todo lo que creaste fue perfecto, pero hiciste una creación única, te hiciste a ti mismo”.
 
           

viernes, 6 de octubre de 2017

Che, memoria y destino continental en Perú



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Este sábado 7 de octubre en la noche, en el distrito de Lince en Lima, se realizará un recital de canto y poesía en conmemoración de los cincuenta años de la caída de Ernesto “Che” Guevara en la lucha guerrillera. Se me ha invitado gentilmente a hacer un comentario de presentación en la ocasión, tarea que asumo con gusto y responsabilidad.

Parte de las reflexiones sobre el Che que quiero compartir ahí tratan sobre la relación relevante que el Perú como país y como pueblo tuvo con el Che.

En 1952, el joven practicante de medicina Ernesto Guevara hace un largo viaje como “mochilero” por Suramérica en compañía de un amigo. Deja registros escritos del viaje que dieron origen a un texto y a una galardonada película de cine, “Diarios de motocicleta” del año 2005.

Entre los países que visita está Perú, donde permanece largos meses, en diversos lugares que incluyen Machu Picchu, donde junto con la majestuosidad y significación trascendente del complejo arquitectónico, deja testimonio del saqueo arqueológico al que fue sometido por los primeros investigadores y visitantes extranjeros[1].

Recibe en este país la hospitalidad y amistad del doctor peruano, Hugo Pesce, quien había sido compañero - y cofundador en 1928 del Partido Socialista Peruano - del sobresaliente pensador José Carlos Mariátegui, a cuyas ideas marxistas latinoamericanistas introduciría al joven argentino. 

La relevancia de esto para la formación de quien más tarde influiría a su vez en la historia continental y mundial, la describe el propio Guevara en la dedicatoria que le escribe a Pesce en un ejemplar que le envía al Perú de su libro “Guerra de guerrillas”, publicado en Cuba en 1960.

     “Al doctor Hugo Pesce, que provocara, sin saberlo quizás, un gran cambio en mi actitud frente a la vida y la sociedad, con el entusiasmo aventurero de siempre pero encaminado a fines más armoniosos con las necesidades de América; fraternalmente, Che.”[2]

Es también por mediación del doctor Pesce que en Lima, en el barrio de Piñonate en San Martín de Porres, y en el Amazonas peruano, en el pueblo de San Pablo, trabaja en leprosorios, al servicio de los enfermos que en la época eran las personas más marginales y excluidas imaginables. Hecho que sin ninguna duda impactó en la sensibilidad social y política del futuro revolucionario y sobre todo en su visión irrenunciablemente continental, opuesta a todo atisbo de chovinismo localista. Así lo consigna Guevara en sus apuntes, cuando el 14 de junio de 1952 recibe en el leprosorio amazónico peruano un agasajo por su 24 cumpleaños.

     “yo, ‘pisqueado’, elaboré más o menos lo que sigue:
     Bueno, es una obligación para mí el agradecer con algo más que con un gesto convencional, el brindis que me ofrece el doctor Bresciani. En las precarias condiciones en que viajamos, sólo queda como recurso de la expresión afectiva la palabra, y es empleándola Que quiero expresar mi agradecimiento, y el de mi compañero de viaje…. Pero hay algo más; dentro de pocos días dejaremos el territorio peruano, y por ello estas palabras toman la significación secundaria de una despedida, en la cual pongo todo mi empeño en expresar nuestro reconocimiento a todo el pueblo de este país, que en forma ininterrumpida nos ha colmado de agasajos, desde nuestra entrada por Tacna. Quiero recalcar algo más, un poco al margen del tema de este brindis: aunque lo exiguo de nuestras personalidades nos impide ser voceros de su causa, creemos, y después de este viaje más firmemente que antes, que la división de América en nacionalidades inciertas e ilusorias es completamente ficticia. Constituimos una sola raza mestiza que desde México hasta el estrecho de Magallanes presenta notables similitudes etnográficas. Por eso, tratando de quitarme toda carga de provincialismo exiguo, brindo por Perú y por América Unida.”[3]

Esa concepción latinoamericanista del muy joven Guevara, cristalizada tempranamente como “prototipo” en Perú, aparecerá años después, acendrada, como programa de la emancipación popular del continente.

En 1964, como representante oficial de Cuba ante la Asamblea de Naciones Unidas, el Che hará explícito el estatus continental de esta identidad, poniendo su propia experiencia biográfica como ejemplo de ese patriotismo gran nacional, ante insinuaciones chovinistas a su nacionalidad de origen.         

     “He nacido en la Argentina; no es un secreto para nadie. Soy cubano y también soy argentino y, si no se ofenden las ilustrísimas señorías de Latinoamérica, me siento tan patriota de Latinoamérica, de cualquier país de Latinoamérica, como el que más y, en el momento en que fuera necesario, estaría dispuesto a entregar mi vida por la liberación de cualquiera de los países de Latinoamérica.”[4]

En su último documento público, su famoso “mensaje a la Tricontinental” de 1967, Guevara profundiza teóricamente esta noción, describiendo las dimensiones culturales, históricas y geopolíticas que explican más ampliamente estas articulaciones identitarias y programáticas de lo nacional, lo gran nacional continental y el internacionalismo, en una sola y misma lucha de la humanidad hacia el socialismo.

    “América constituye un conjunto más o menos homogéneo y en la casi totalidad de su territorio los capitales monopolistas norteamericanos mantienen una primacía absoluta… 
En este continente se habla prácticamente una lengua, salvo el caso excepcional del Brasil, con cuyo pueblo los de habla hispana pueden entenderse, dada la similitud de ambos idiomas. Hay una identidad tan grande entre las clases de estos países que logran una identificación de tipo «internacional americano», mucho más completa que en otros continentes. Lengua, costumbres, religión, amo común, los unen. El grado y las formas de explotación son similares en sus efectos para explotadores y explotados de una buena parte de los países de nuestra América…
Hemos sostenido desde hace tiempo, que dadas sus características similares, la lucha en América adquirirá, en su momento, dimensiones continentales. Será escenario de muchas grandes batallas dadas por la humanidad para su liberación.
En el marco de esa lucha de alcance continental, las que actualmente se sostienen en forma activa son sólo episodios…
Y que se desarrolle un verdadero internacionalismo proletario; con ejércitos proletarios internacionales, donde la bandera bajo la que se luche sea la causa sagrada de la redención de la humanidad.”[5]

Luego de aquel primer viaje de 1952, el Che hará otro más al año siguiente, pasando nuevamente  por Perú. A lo largo de toda su vida, su relación y primer matrimonio con la revolucionaria peruana Hilda Gadea y su vínculo con revolucionarios peruanos que caerán junto a él en el proyecto guerrillero boliviano, reforzarán esta relevante relación histórica peruana con el Che[6].

Sin embargo, en el Perú actual, salvo significativos pero modestos rescates de esta memoria, predomina su silencio y desconocimiento. En su lugar, abundan los repetidos lugares comunes por enfatizar el uso que se hace de la imagen del Che en producciones mercantiles de ropa o en el simbolismo de las barras de fútbol. También las obviedades alusivas a que “no era un dios ni un demonio, sino un ser humano común”. No existe ni el más mínimo esfuerzo por rescatar o incluso, siguiendo la lógica neoliberal, aprovechar turísticamente, esa memoria. El Perú oficial no sabe ni deja saber de ella, por más que su importancia histórica objetiva sea indudable.

No tengo dudas de que el actual Perú neoliberal, de espaldas e incomodo a los proyectos continentales soberanos, está condenado a ser superado por la historia como lo hiciera el Perú colonialista en la hoguera de Ayacucho. Entonces, con seguridad, la hora de una reivindicación oficial, masiva, de esta relación peruana con el Che, llegará.

Es en esa certeza que cobra aún más sentido la evocación de este sábado, acaso un rastro de migas de pan que vamos dejando los pueblos, en épocas de extravío, para recuperar el camino de la memoria y el destino.
  




· Por Ricardo jimenez A., sociólogo, comunicador y facilitador chileno residente en Perú. ricardojimenez006@gmail.com   
[1]  Guevara, Ernesto (2005). Diarios de motocicleta Notas de un viaje por América Latina. Argentina: Planeta. pp. 167 y 168.
[2] Instituto Nacional de Salud – INS (2005). Hugo Pesce. Pensamiento médico y filosófico. Perú: Autor. p. 17.
[3] Guevara, Ernesto (2005). Diarios de motocicleta Notas de un viaje por América Latina. Argentina: Planeta. pp. 195 y 196
[4] Discurso pronunciado por Ernesto Che Guevara, representante de Cuba, el 11 de diciembre de 1964 ante la Asamblea General de las Naciones Unidas (19ª sesión, 1299ª reunión). Transcripción tomada de CheGuevara.com (consultada el 28-o9-17). El registro audiovisual se encuentra en Youtube.
[5] Mensaje del Comandante Ernesto Che Guevara a los pueblos del mundo, enviado a través de la Organización de Solidaridad con los pueblos de Asia, África y América Latina (OSPAAAL), hecho público en Cuba, el 16 de abril de 1967. Guevara, Ernesto (2004). Obras escogidas. Chile: Resma. pp. 428, 431 y 434.
[6] Gadea, Hilda (2017). Mi vida con el Che. Perú: COCAGCH.

viernes, 29 de septiembre de 2017

Gracias Víctor

























Mañana sábado 30 de septiembre, en la noche, en Lima, compañeros peruanos realizarán un recital musical en homenaje a Víctor Jara, el cantor y militante chileno asesinado por el golpismo fascista hace 44 años.
Un gesto fraterno, cariñoso y artístico que solo puedo agradecer y al que gentilmente me han invitado a hacer un breve comentario sobre Víctor.
Espero compartir ahí algunas vivencias y reflexiones que tengo de mi relación con la figura, la obra y la significación de Víctor, para mi y para mi generación. Comparto algunas de ellas aquí.   
La música "rara"

La primera vez que escuché un cassette con canciones grabadas de Víctor Jara yo tenía 16 años, y tras escuchar los primeros diez minutos revisando las canciones, me sorprendió que hubiera música tan fea, tan extraña, me pareció incomprensible que a alguien pudiera gustarle.
Era 1980, y yo era en sentido sociológico hijo de la dictadura de Pinochet. De familia pobre, marginal, sin ninguna militancia ni interés político, más allá de la lucha por la sobrevivencia que llena la vida de los muy pobres, yo había crecido y sido formado en ese mundo sombrío, disciplinado, represivo, silencioso, asustado y sin memoria, que era el Chile bajo dictadura.
Los libros y las canciones “comunachas”, esa era la palabra despreciativa generalizada en dictadura para todo lo de izquierda u oposición al régimen, estaban literalmente prohibidas por ley y eran un delito castigado con cárcel y, era un secreto a voces, la tortura o la muerte. Lo serían todavía hasta 1983.
No recuerdo bien, pero a mí me parece que la primera grabación en cassette clandestina que me pasaron fue la de Víctor Jara, un “compañero cantante, al que mataron los milicos”; recuerdo que eran sus canciones clásicas más conocidas. Yo nunca en mi vida había escuchado a un cantante solo con su guitarra, tocando melodías que no fueran las de moda y menos hablando de algo más que unas cuantas frases de amor refritas. Como dije, me pareció tan extraño y tan feo ese canto que lo saqué luego de diez minutos y lo devolví sin hacer comentarios.
Durante toda mi vida hasta ese momento, mi universo cultural se reducía a muy pocos elementos. Las eternas músicas populares de boleros y cumbias, típicas de los pobres en esa época. En las radios, la única música en español era romántica y de modas bailables ligeras. Unas cuantas FM sólo trasmitían música en inglés todo el día, todos los días. En el colegio, era obligatorio aprender y cantar los himnos de las fuerzas armadas, algunos de los cuales llegaron a gustarme sinceramente. El “folclor” chileno era apenas un conjunto de canciones insípidas cantadas por “Los Huasos Quincheros”, una especie de grupo oficial cómplice de la dictadura. Recientemente, habían llegado al barrio, al igual que en todos los barrios populares de Santiago, las primeras máquinas de juego electrónico, en torno a las cuales pasábamos todos nuestros ratos libres.
El golpe y el fascismo
Desde el golpe de 1973 y hasta 1979, habían transcurrido años de intenso terror de estado, una de cuyas primeras víctimas fue Víctor Jara, y el exterminio físico de los miles de cuadros del movimiento social y político popular que había tomado décadas formar, muchos de ellos en heroica resistencia.
Yo, como millones de mi generación, crecí ignorándolo o teniendo apenas una vaga y relegada visión de que algo grave había ocurrido y era mejor no meterse en eso. No había, ni se sabía de nada parecido a la democracia, los partidos o tan siquiera discusiones cotidianas que hablaran de política.
Para 1980, sin embargo, el pueblo chileno renació de sus cenizas y comenzaron las primeras protestas masivas en las calles. Vertiginosamente, como un reguero de pólvora que se enciende, “la política”, como se decía en esa época a la resistencia, se extendió por barrios y colegios.
Al principio con mucho miedo y desconfianza, pero finalmente movido por una vaga certeza de que era mejor arriesgarse y protagonizar algo que seguir mi destino social, marcado para la exclusión, falta de oportunidades e insignificancia, comencé a hablar con “los políticos”, a discutir y razonar con ellos, a recibir y leer sus libros y escuchar las nuevas y extrañas músicas que me pasaban.
Sin embargo, para cientos de miles de esa generación la conciencia política y la sensibilidad artística se desarrollaron con la velocidad de la luz. Apenas en unos meses, y producto del incendio de rebelión que recorría el país, nuestros barrios y colegios, pasamos de ese marasmo sin horizontes a la militancia y a la resistencia, a la formación política y muy especialmente cultural.
La formación 
Antes de un año, yo conocía bien y escuchaba a diario casi toda la obra de Víctor Jara y de otros grandes artistas populares prohibidos. Sus canciones jugaron un rol tan o más importante que los teóricos revolucionarios cuyos libros devorábamos con la avidez de los condenados a muerte.
En los años inmediatamente siguientes, a través de sus canciones, de libros testimoniales como el clásico “Canto Truncado” de su compañera, y de entrevistas y reportajes leídos en las primeras Revistas culturales permitidas, a partir del años 1983, como “La Bicicleta”, Víctor fue de hecho un compañero cotidiano y un maestro político y cultural para mi generación.
La crítica
Con los años, mi formación política más crítica y, ahora lo sé, el dolor que la tragedia de mi pueblo sedimentaba en mi corazón, llegué también a discrepar y criticar virulentamente a Víctor. Él era militante del Partido Comunista, partido que había apostado a la estrategia de ceder ante la derecha para detener el inminente golpe de estado. Incluyendo la infame “Ley de control de armas”, que era parte de la estrategia del Presidente Allende de hacer concesiones, tal vez demasiadas, a la derecha golpista para evitar el golpe, y con la cual reprimieron, todavía en democracia, a los sectores populares, preparando el golpe.
Víctor es detenido tras el golpe en la Universidad Técnica del Estado (hoy Universidad de Santiago), donde trabajaba como docente. Curiosamente, el golpe de estado se anticipó para ese día 11 de septiembre porque el Presidente Allende anunciaría públicamente, en un acto justamente en esa Universidad y donde cantaría Víctor, un plebiscito de consulta de continuidad o no de su gobierno para superar de manera pacífica e institucional la grave crisis generada por el golpismo en marcha. Allí, los trabajadores y estudiantes se concentraron a esperar a ver qué ocurría y qué podían hacer, y la resistencia no era una opción.
A los ojos de mi generación militante, a una década de distancia y horror, formados en la clandestinidad y la resistencia, eso nos parecía cuando menos una ingenuidad, y hasta llegamos a decir cosas peores, de manera inmadura, irresponsable e injusta.
Por supuesto, más tarde, como parte de mi crecimiento, comprendí lo ligera que era esa crítica. Ciertamente, sigo creyendo que hubo errores y que debemos sacar lecciones de ello, pero sin perder nunca de vista lo complejo, y sobre todo atado a su contexto histórico, que son los procesos revolucionarios reales -no teóricos- y que no se puede tan fácilmente mirar desde el futuro para pedir al pasado que supiera lo que hoy sabemos.
Gigante 
Avanzando en el tiempo y en el crecimiento personal, tuve lo que llamo un nuevo encuentro con Víctor. Con mi percepción más abierta, conocí, reflexioné y aprendí todavía mucho más de él. Pude llegar a comprender perfectamente porque él es una de las personas destinadas a ser arquetipos, símbolos de lo trascendente para los pueblos y para toda la humanidad.
Ante todo, me impresiona la ternura perenne, invencible, de su creación, de sus actos, de sus actitudes. Incluso en sus expresiones más militantes y de controversia, esa ternura lo impregna todo. Cuando me detengo con atención en esa ternura, siento como si de verdad hubiera escuchado y pudiera recordar la sonrisa ancha con que casi siempre aparece en sus fotografías y vídeos.
Artísticamente, Víctor hizo, a mi juicio, lo que otros hicieron en la política de su época, reconoció, dio voz y representó, trajo al escenario e hizo consciente, a sectores sociales que no eran tomados en cuenta hasta entonces, incluso por la izquierda tradicional: los pobres y marginales del campo y la ciudad.
Se lo permitió su temprana biografía campesina marginal y la influencia de Violeta Parra, entonces una desconocida o despreciada para la mayoría del país, pero que Víctor conoció y de la que aprendió decididamente.
También influyó en ello, y a contramano de ciertas rigideces de la izquierda de la época, un rasgo que lo conecta a lo hondo de las clases más populares; su obra tiene un profundo sentimiento religioso cristiano, crítico de la iglesia católica cómplice de las injusticias, pero al mismo tiempo llena de alusiones bíblicas y compañera de la iglesia de la liberación, como expresa por ejemplo su famosa “Plegaria a un labrador”.
No fue su única excentricidad para la izquierda tradicional de la época. La genialidad y sensibilidad artística de Víctor le permitió estar a la vanguardia en superar prejuicios propios de la inmadurez del movimiento revolucionario de entonces, como los que rechazaban las manifestaciones de la música rock por considerarla ajena e imperialista, “una flor transplantada” como escribió despectivamente una revista de izquierda del momento contra nada menos que el grupo Los Jaivas.
Víctor fue el primero y el que llegó más lejos (porque hubo otros cantores jóvenes en la misma línea, como Patricio Manns y Angel Parra), en romper con esa limitaciones erradas y fue amigo personal del grupo Los Blops, uno de los fundamentales históricos del rock chileno, cuya canción Los Momentos es uno de los himnos populares del país.
Víctor usó a Los Blops como banda de acompañamiento en su famoso disco “El derecho de vivir en paz”. Y Los Blops, impactados por el horror de su muerte le escribieron su canción “Sambaye”, en la que, según han declarado, inventaron una especie de idioma sin significado y con metáforas de los sueños porque literalmente no sabían cómo decir lo que significó para ellos el asesinato de Víctor y lo que estaba pasando.
El Perú 
Fue aquí, en Perú, donde Víctor Jara grabó la que es su última actuación en vídeo para la TV peruana, en julio de 1973. Mi amigo y compañero, el trovador Jorge Millones, me ha contado que la grabación original se salvó apenas de que la borrarán para grabar encima un partido de fútbol durante la dictadura de Fujimori.
En esa ocasión, Víctor estuvo en Lima, en Cusco y en Ayacucho, donde habló de la batalla de Ayacucho, que rompió la dependencia colonial con España, y de cómo en el Chile de entonces se quería al general peruano, Velasco Alvarado, compañero y amigo del Presidente Allende. El gran maestro compositor peruano, Manuel Acosta Ojeda, me relató su conversación telefónica con Víctor en esa ocasión, un diálogo entre gigantes de la ética y la sensibilidad popular.
Plenamente consciente del peligro, como lo muestran sus entrevistas, Víctor decidió regresar a Chile para enfrentar su destino de la única forma que sabía, con ternura, con fe y con consecuencia.
Presente!
En América Latina y el mundo, Víctor sigue creciendo como arquetipo de la ética y la creación artística llevados a su máxima belleza y compromiso.
Recuerdo, por ejemplo, la profunda emoción y alegría que sentí cuando hace algunos años en la selva de Venezuela, frontera con Colombia, recorríamos un largo y accidentado camino en una vieja y grande camioneta Ford roja, llena de militantes campesinos con los que íbamos a realizar una escuela de formación política. El más jovencito de ellos, apenas un muchacho de 16 o 17 años, lleno de barro –como estábamos todos porque había llovido- , con una incansable sonrisa, me cantaba especialmente a mí, que era internacionalista chileno, una canción de Alí Primera, el poeta cantor venezolano, dedicada a Chile: “ya no sopla el viento arriba / bajo de la cordillera…” Y al llegar a la parte de la canción que dice: “canción para los valientes”, yo respondía casi inconscientemente, siguiendo la letra de la canción: “¡Qué la cante Víctor Jara!”   
En Chile, hoy, una lenta, demasiado débil y tardía justicia está procesando a algunos de los implicados más directamente en su asesinato. Es todo un símbolo de esa democracia misma que tras una larga y dolorosa lucha conquistó, a medias, muy a medias, el desangrado pueblo chileno. Y todo un símbolo de que esa la lucha por la democracia continua y avanza.
Feroces puertas blindadas todavía persisten en cerrar al pueblo las grandes alamedas, pero las nuevas generaciones, con el alma llena de banderas y canciones, no cesan de patearlas con coraje y belleza. Víctor sigue alimentando y formando a esas nuevas generaciones, como hizo con la suya y con la mía.
Gracias, Víctor.


martes, 4 de julio de 2017

Escritor Baradit se pisa la cola con errores sobre O’Higgins


















Escritor Baradit se pisa la cola con errores sobre O’Higgins

“Pisarse la cola” es un antiguo dicho popular, cuya metáfora animal refiere al hecho de ser inconsecuente con uno mismo, hacer lo contrario de lo que se dice o caer en lo mismo que se critica. Esto le ocurre al escritor Jorge Baradit en su artículo “¿Es Bernardo O’Higgins el libertador de Chile?”[1]   

En el Prólogo del mismo libro en que poco después aparece el artículo de O’Higgins, señala que la historia contada en la escuela desde hace décadas: “está plagada de omisiones y tergiversaciones acomodaticias… simplificaciones torpes y los afanes pedagógicos moralistas… mutilando la historia y convirtiéndola a veces en un manojo de relatos patrioteros”.

Juzgue cada cual, tras leer esta nota, si no le ocurre justamente eso al relato de Baradit sobre O’Higgins. Para ello, revisaremos muy esencialmente las ideas centrales del relato.

1. La disputa entre O’Higgins y Carrera sería la de una revolución “(invasión) argentina”, la del primero,  y la de una “chilena”, la del segundo.
Silenciando, nada menos, que se trata de una guerra de independencia entre las colonias españolas americanas por un lado y el imperio colonial español, por otro, Baradit nos habla de un “ejército invasor argentino que destruyó al ejército chileno”.

Por “argentino”, se refiere al ejército de Los Andes, en el que se sabe bien documentadamente que, además de una mayoría de rioplatenses (entonces no existía Argentina), había fuerte aporte de chilenos, altoperuanos (actual Bolivia, que en ese entonces no existía) y ex esclavos negros. Pero más importante aún, que su objetivo y proyecto declarado de programa es la emancipación continental, lo cual se simboliza en el hecho de que la bandera de este ejército no es, a propósito, exactamente igual a la de las provincias del Río  de la Plata, sino diferente.  Baradit prefiere ocultar esto diciendo que era una bandera “albiceleste”, es como si se llamara “albiceleste” la primera bandera chilena de Carrera (tenía esos dos colores) para dar a entender tergiversadamente que era “argentina” .

El cual venció a las fuerzas realistas españolas en Chile, lo que Baradit llama el ejército “chileno”, aunque no tiene problemas en reconocer que habían cometido toda clase de crímenes y abusos contra la población de Chile (¿?). Se sabe con certeza que San Martín, que vivió y luchó desde los cuatro años de edad hasta los 40 en España, para luego venir a luchar en la independencia latinoamericana, hablaba con acento español y habló siempre de la independencia continental, nunca “Argentina”, todo un símbolo que la revolución era programática y no de supuestas nacionalidades que no existían.

El propio Carrera, ¡Ho, sorpresa! Y Ho, silencio enorme en el relato de Baradit, es un actor importante en las luchas internas post independencia en… Sí, las provincias del Río de la Plata, Argentina, como la llama a-históricamente Baradit. Incluso la actual Constitución federal de ese país tiene mucho de las ideas legadas por Carrera.

¿Acaso se trata de que Carrera “invadió” Argentina? Claro que no. Se trata de que Carrera y la Logia Lautaro compartían el mismo programa revolucionario esencial que era irrenunciablemente Continental, lejos de la caricatura “nacional” (más bien chovinista) de Baradit. Sus disputas obedecieron a muchos otros factores, tal como ocurre hoy en que vemos fuerzas programáticas con el mismo programa esencial, pero separadas por una serie de otros factores complejos, entre los que están incluso las odiosidades personales.

Las propias palabras finales de Carrera: “Muero por la libertad de América” son lapidarias para el relato de Baradit y hacen estallar su invento de “dos revoluciones”, “una chilena” y de seudo nacionalismos actuales trasladados a-historicamente a la época independentista.  

Además de este criterio de origen nacional de los integrantes de los ejércitos, a-histórico, incongruente y poco riguroso, ya que justamente no existían esas nacionalidades tal como las conocemos hoy, para justificar las supuestas “dos revoluciones”; además de ignorar o silenciar por completo el carácter irrenunciablemente continental de todos los revolucionarios, carrerinos y lautarinos, Baradit también apela a los siguientes argumentos:

2. Carácter masónico de la Logia Lautaro de O’Higgins, financiada desde Inglaterra.
Se sabe con absoluta certeza y sin discusión que las logias patriotas tomaron los métodos clandestinos de organización de las masónicas pero no eran para nada más lo mismo. Fueron diferentes por el objetivo y por la autonomía de sus decisiones. Prueba de ello es que masones pelearon por ambos bandos, realista español e independentista latinoamericano.

El propio José Miguel Carrera, como se sabe con absoluta certeza, fue masón, integrado en logias de Estados Unidos, y sin embargo, enemigo jurado de la Logia ¿”másonica”? Lautaro de O’Higgins y San Martín.[2] 

Pero ¿qué hacía Carrera en Estados Unidos?
Ho sorpresa, Sí, buscaba y finalmente recibía, financiamiento. ¿Entonces, cómo puede ser él representante de la revolución “chilena” frente a la otra que se “financia de Inglaterra”? Porque Baradit no solo ignora o silencia este hecho, sino más importante aún, ignora algo fundamental, no solo en la independencia  sino en toda lucha humana desde siempre y fácilmente visible hoy mismo: que todos quienes enfrentan a un enemigo poderoso necesitan y deben buscar alianzas tácticas con quienes no comparten objetivos finales o esenciales pero sí circunstanciales.

Por eso, Francisco de Miranda, fundador de la “logia financiada por Inglaterra” (como la llama Baradit) primero fue, años antes, cuando era oficial del ejército español, combatiente internacionalista al lado de las colonias inglesas de Norteamérica contra Inglaterra. Por eso, los esclavos negros haitianos pelearon, enviados por el imperio francés, en ese mismo bando y esa misma revolución, donde se convirtieron en cuadros que después se volvieron contra el propio imperio francés e hicieron la primera revolución de independencia latinoamericana y el primer estado sin esclavitud del mundo. El propio José Miguel Carrera encontrará financiamiento, armas, barcos y apoyos de la naciente potencia imperial norteamericana. Rober Poinsett será internacionalista norteamericano en las filas de Carrera y pocos años después estará en México buscando robar territorio mexicano para Estados Unidos bajo la doctrina imperialista Monroe.[3]

¿Quiere decir esto que Carrera era agente norteamericano? Por supuesto que no. Carrera, igual que la Logia Lautaro, que todos los revolucionarios de esa época, y de todas las épocas, incluida la presente,  necesitaba y debía buscar alianzas tácticas, momentáneas, pasajeras, con actores que no compartían o incluso eran adversarios programáticos, pero con los que había coincidencias de intereses en el momento.

3. “San Martín… pensaba que lo mejor para América Latina –Chile y Argentina también- … ¡eran las monarquías!”
Lo primero que uno se pregunta es porque entonces se tomó tanto trabajo, deterioró gravemente su salud y arriesgó tanto su vida, para luchar y finalmente derrocar…. ¡a una monarquía¡

Porque Baradit ignora de nuevo por qué se estaba luchando esa guerra, y no era por monarquías versus repúblicas. Ocurre lo mismo que con las nacionalidades tal como las conocemos hoy que no existían entonces. La guerra era por la independencia del imperio español, la unidad continental y contra las castas oligárquicas; y la cuestión de si para eso se usaba una monarquía constitucional o una república era difusa y táctica en la época, de forma y no de fondo.  

Carrera, en 1817, se asila en Montevideo, ocupado por el general Lecor, al mando de un ejército portugués, monarquista y esclavista. En 1820, es nombrado “Pichi Rey” por los indios ranqueles. Sin que a nadie se le ocurra (o eso esperamos) tomar estos hechos como una prueba de su supuesto “monarquismo”.  

Miranda, por ejemplo, hace sus primeros proyectos independentistas para monarquías constitucionales (incas) y luego se inclina más por la forma republicana. El Congreso de Tucumán, primero en declarar la independencia suramericana en 1816, aprueba un proyecto de “incanato suramericano”.

San Martín, que fue republicano siempre, mira la monarquía como una necesidad puntual y transitoria para conservar la independencia en Perú ante graves dificultades que amenazan con perderla. O’Higgins, su aliado y estrecho amigo personal hasta muchas décadas después, discrepa y se mantuvo republicano radical siempre. Ambos son programáticamente, de fondo, independentistas, antimperialistas y anti oligárquicos (San Martín se ganó el odio de la nobiliaria Lima por sus leyes a favor de indios y negros), no los separa una cuestión de forma, táctica, sino que los une el programa esencial.

4. O’Higgins sería autoritario y criminal (implícitamente, Carrera no lo sería)
Es innegable que la odiosidad personal y de grupo entre carrerinos y lautarinos llegó a extremos incontenibles. Y aunque Baradit silencia el dato fundamental de que se trataba de un odio mutuo y equivalente, existe abrumadora prueba histórica de que los Carrera no habrían actuado diferente a la Logia Lautaro, de haber ganado la pugna. Por dar un ejemplo, en cartas a su esposa Mercedes, José Miguel escribe respecto de su planes de derrocar el gobierno de O’Higgins en Chile, literalmente, que bastaría con “ahorcar cuatro brivones” y que es una “lástima que Riquelme [O’Higgins] no tenga mil pescuezos para medio pagar”.[4]  Esto es mucho antes del asesinato de sus hermanos por la Logia Lautaro.

Lo cierto es que las circunstancias dieron por vencedores a los lautarinos y estos actuaron movidos por esa inquina, asesinando a los Carrera y más tarde a Manuel rodríguez. Un hecho deleznable, triste e injustificable, que muestra las limitaciones y errores de esos revolucionarios, pero que no niega que es muy probable que los Carrerinos hubieran hecho lo mismo y que a pesar de lo ocurrido compartían el programa esencial de independencia, continentalidad y anti oligarquía.

Así se explica porque Manuel Rodríguez, siendo carrerino, luchó junto a la Logia Lautaro en la independencia de Chile. O porque Carrera escribió a Simón Bolívar en 1816 para reafirmar la idea de lucha continental conjunta, el mismo Simón Bolívar a cuyas órdenes, y por las mismas razones de Carrera, se pondrá O’Higgins en la campaña final de Ayacucho.  

¿Por qué silenciar esto tan importante y tan vigente para enfatizar solo unilateralmente las odiosidades personales y de grupo? ¿A quiénes sirve esa media verdad finalmente?

Respecto del autoritarismo de O’Higgins, baste decir que, como está bien documentado e indiscutido, fue el más fuerte impulsor del primer congreso chileno y un irrenunciable republicano que se negó a las fórmulas monárquicas constitucionales consideradas por muchos revolucionarios patriotas.

Ciertamente, que realizó acciones fuertes, militares, ¿pero acaso puede esperarse otra cosa en tiempos turbulentos de guerra y de incipiente, convulsionada construcción de un estado? ¿Acaso Carrera no dio tres golpes de estado en el corto período de la primera independencia? ¿Acaso no siguieron 10 años de luchas violentas, autoritarias y criminales, tras el derrocamiento de O’Higgins? ¿Dónde estaban los no autoritarios ni criminales entonces?

Llama la atención que Baradit no encuentre incongruencias entre el derrocamiento del supuesto O’Higgins autoritario y criminal y las medidas de su gobierno que afectaron a la más reaccionaria y conservadora oligarquía nobiliria, latifundista y de la iglesia, tales como la eliminación de los títulos, los mayorazgos y el monopolio de cementerios en las iglesias solo para los ricos y católicos, quienes lo terminaron derrocando.

El autoritario y criminal O’Higgins es hasta ahora, sí hasta ahora, el único, sí el único, jefe de estado chileno que reconoció la independencia del pueblo Mapuche.[5] ¿Puede alegremente silenciarse, como algo nimio y sin importancia, este hecho en un país cuyos crímenes contra el Pueblo Mapuche son su herida abierta hasta hoy?

De ahí que resulte falso, injusto y triste la imagen de la caratula del libro de Baradit de un O’Higgins con el gesto y los lentes del Pinochet golpista, quien hizo exactamente lo contrario, favoreció en todo a esos mismos sectores privilegiados y derrocó un a un Presidente, Allende, que hizo exactamente lo que O’Higgins, afectar sus intereses.      

Historia, ¿para qué?

Si bien se aplaude la iniciativa de usar la anécdota, la sencillez y la actualización para llevar la memoria histórica a la gente, haciéndola más atractiva, esto no puede ni debe hacerse sacrificando la rigurosidad histórica, lo que equivale a dar un paso adelante y otro atrás.

El recurso fácil de apelar a los egoísmos chovinistas y enfatizar las bajas pasiones de encono personal  y de grupo conecta rápido con el sentido común de esta sociedad enferma precisamente de eso, ¿pero es eso lo que buscamos o queremos buscar?

Debemos y podemos buscar el rescate actualizado de nuestra memoria histórica, superando la arena movediza y el campo minado de mentiras, calumnias, silencios y tergiversaciones, pero para construir una sociedad más sana y más humana, independiente, justa y continental, como la soñaron y por la que lucharon O’Higgins y Carrera, dos grandes patriotas, no perfectos, ni angélicos, ni inmaculados, sino imperfectos y limitados, pero comprometidos ambos de igual manera con una idea y un pueblo.
   
El gran cubano universal, José Martí, escribió estas palabras para otros libertadores independentistas pero que sirven totalmente para estos gigantes que hemos comentado aquí, Carrerinos y Lautarinos: “Los hombres no pueden ser más perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz con que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz” .[6]

  




[1] Corresponde al Capítulo 1 del libro: Baradit, Jorge (2016). Historia secreta de Chile 2. Sudamericana. Chile. Páginas 17 a 31. 
Consultada el 4 de julio de 2017.
[4] Cartas del 16 y 22 de mayo de 1817.