La xenofobia hacia inmigrantes venezolanos que algunos actores
políticos irresponsables muestran por estos días en Perú, no solo es inmoral,
sino profundamente anti patriótica.
Es un hecho que esta particular oleada inmigratoria venezolana fue
provocada intencionalmente por la irresponsabilidad histórica del gobierno
anterior de PPK, que cometió la imperdonable negligencia de rebajar la
normativa migratoria a fines de propaganda ideológica, contrariando los
preceptos técnicos y de derechos humanos básicos a considerar en esta
materia.
También es un hecho que al menos 60 mil peruanos que en años
anteriores migraron a Venezuela, aún permanecen allí, según cifras oficiales
del estado peruano[1].
Señal innegable que pone en cuestión el carácter de hecatombe terminal de la
crisis económica en ese país, en el que insisten las grandes cadenas
mediáticas.
Más allá de ello, hay quienes en Perú han visto un buen negocio
político electoral en mostrar públicamente xenofobia hacia los venezolanos. Sin
importarles que con ello rebajan la ciudadanía y los valores morales de su
propia gente, despertando los peores anti valores y las más bajas pasiones
egoístas e insolidarias. Tampoco que todavía, según cifras oficiales, haya casi
dos millones y medio de peruanos residiendo en otros países[2], a
los cuales les sería trágico sufrir una xenofobia similar.
Bicentenario
Pero, justamente ahora que el Perú se acerca a su bicentenario de
la independencia anticolonial, resulta necesario destacar que esas expresiones
xenófobas hacia los venezolanos son también profundamente contrarias al
auténtico significado histórico y político de esta conmemoración patriótica.
En 1822, cuando aún hollaban los suelos suramericanos las fuerzas
militares del contumaz poder colonial español, los líderes patriotas de los
pueblos en lucha por su emancipación, supieron diseñar y ejecutar la tarea
estratégica, imprescindible al desarrollo y felicidad, de coaligar formalmente
las nacientes repúblicas.
Se trata del Primer Tratado de Unidad Suramericana. Fruto y
evidencia de la convergencia esencial entre los dos grandes libertadores
suramericanos y del Perú, Simón Bolívar y José de San Martín, formalización
lógica y consecuente de su comunión de lucha y del objetivo compartido de
integración continental, el “Convenio de
unión, liga y confederación perpetua” entre Perú y la Gran Colombia[3].
Siendo ministros plenipotenciarios, por el gobierno de San Martín
en Perú, Bernardo de Monteagudo, y por el gobierno de Bolívar en Colombia,
Joaquín Mosquera. Se trataba de la más plena unidad militar, comercial y
ciudadana, que hacía fundirse los derechos y deberes de peruanos y gran
colombianos en todos los planos como uno solo y que se ofrecía a todos los
demás Estados del continente.
El 1° de mayo de ese año 1822, Mosquera arriba a Perú con su
misión diplomática, definida en los siguientes términos por Bolívar: “la asociación de los cinco grandes Estados
de América para formar una ‘nación de repúblicas’, objetivo tan sublime en sí
mismo que no dudo vendrá a ser motivo de asombro para Europa. La imaginación no
puede concebir sin pasmo la magnitud de un coloso que, semejante a Júpiter de
Homero, hará temblar la tierra de una ojeada. ¿Quién resistirá a la América
reunida de corazón, sumisa a una Ley y guiada por la antorcha de la libertad?”.[4]
La alusión a los cinco países en la cita, se refiere
inequívocamente a la Gran Colombia de entonces, que incluía a Venezuela, Ecuador y Panamá; al Perú de entonces, que
incluía a Bolivia y parte de Argentina. Y
a la explícita instrucción de proyectar el Tratado a Chile y las entonces
Provincias Unidas, actuales Argentina, Uruguay y Paraguay.
Para aquilatar la visión de futuro del Libertador en esta temprana
misión unitaria, cuando aún no se ha derrotado completamente al poder colonial
español, cabe señalar que se trataba, en su intención e instrucciones a
Mosquera, de incluir en el Tratado los territorios y pueblos de nueve de las
actuales doce repúblicas suramericanas independientes que conforman la
totalidad suramericana de la actual UNASUR, con solo Brasil (entonces monarquía
constitucional y esclavista, formalmente independiente, bajo monarca
portugués), Guyana y Surinam (entonces colonias inglesa y holandesa,
respectivamente) no consideradas, además de Panamá que por entonces no existía
y sería separada de Colombia a inicios del siglo XX.
Que el Tratado no era una simple declaración de intenciones o
formalización de solidaridad ante el enemigo común, y que más aún, no se
limitaba siquiera a la pura alianza de defensa, sino que se convertía en un
instrumento ejecutivo de integración amplia y estructural, lo muestra el propio
tenor de su texto que habla de un “Tratado
de Unión, Liga y Confederación de paz y guerra... para asegurar la
independencia americana, entre Colombia y Perú... para sostener con su influjo
y fuerzas marítimas y terrestres... su independencia de la nación española y de
cualquier otra dominación extranjera, y asegurar, después de reconocida aquella
su mutua prosperidad, la mejor armonía y buena inteligencia, así entre sus
pueblos, súbditos y ciudadanos, como con las demás potencias con quien deben
entrar en relaciones”[5].
Consecuente con la permanente lucha programática por la unidad
continental, “los libertadores de
Colombia y Perú se obligaban formalmente a interponer sus buenos oficios con
los gobiernos de los demás Estados de la América antes española, para entrar en
este Pacto de unión, liga y confederación perpetua”[6].
Ciudadanía
suramericana
Impuesta por las necesidades de la hora, el Tratado establece, en
primer lugar, la alianza conjunta militar y de defensa (letra a). También la
unión comercial (letras c y d). Establece
también mecanismos conciliatorios y pacíficos para desacuerdos limítrofes al
interior de la confederación, y la defensa conjunta del sistema democrático
republicano, ante amenazas en cualquiera de los Estados (letras e y f).
Pero el Tratado establece, además, algo de trascendencia
inconmensurable. Por primera vez en la historia republicana, crea la ciudadanía
suramericana: “...los ciudadanos de Perú
y de Colombia gozarán de los derechos y prerrogativas que corresponden a los
ciudadanos nacidos en ambos territorios, es decir, que los colombianos serán
tenidos en el Perú por peruanos y éstos, en la república, por colombianos”
(letra b).
Normativa que igualaba en
fuerza y unión a los estados del sur con la poderosa confederación de estados
del norte de América, que dejaba simplemente sin significado el propio concepto
de migración entre los pueblos suramericanos y haría impensable las actuales manifestaciones de xenofobia
hacia venezolanos en Perú.
Vigencia
El tratado fue publicado en Perú por medio de una “Gaceta extraordinaria” por expresa
instrucción de San Martín, cuyo gobierno lo aprobó el 15 de julio. En Colombia,
la fuerte oposición a Bolívar logra demorar su aprobación por el senado hasta
el 12 de julio del año siguiente, 1823.
Ciertamente, la caída del Ministro Bernardo de Monteagudo en Perú,
y el auto exilio de San Martín, así como la conspiración contra Bolívar y su
proyecto de federación suramericana, tanto en Perú como en Colombia, terminaron
por derrotar la aplicación del Tratado.
Sin embargo, queda como uno de los primeros y más grandes hitos en
la memoria continental de unidad e integración y como prueba irrefutable del
programa continental de la revolución patriótica anticolonial.
Dos años después, en diciembre de 1824, dos días antes de la
batalla de Ayacucho, que habría de sellar estratégicamente la independencia
continental del poder colonial español, Bolívar y su Ministro peruano, José
Faustino Sánchez Carrión[7],
firman el Decreto del gobierno peruano donde convocan a los gobiernos de Chile,
Perú, las Repúblicas Unidas (actual Argentina), México y Guatemala, al Congreso
de constitución de la Federación Suramericana, teniendo como sede el istmo de
Panamá, entonces parte de la Gran Colombia.
En el llamamiento al famoso “Congreso Anfictiónico de Panamá”,
traen a la memoria el señero primer Tratado de Unidad Suramericana, realizado
entre los libertadores de tres y cinco repúblicas, Bolívar y San Martín, en
1822: “El gobierno del Perú celebró en 6
de julio de aquel año un tratado de alianza y confederación con el
plenipotenciario de Colombia; y, por él, quedaron ambas partes comprometidas a
interponer sus buenos oficios con los gobiernos de la América, antes española,
para que entrando todas en el mismo pacto, se verificase la reunión de la
asamblea general de los confederados”[8].
Por esos mismos días, se publica un Ensayo que celebra y llama
vehementemente a sostener la iniciativa: “Ningún
designio ha sido más antiguo entre los que han dirigido los negocios públicos,
durante la revolución, que formar una liga general contra el común enemigo y
llenar, con la unión de todos, el vacío que encontraba cada uno en sus propios
recursos...”[9].
Quien lo escribe no es otro que el mismo que actuara como plenipotenciario del
Perú en el histórico Primer Tratado: Bernardo de Monteagudo.
Fiel a su concepción de radical inclusión e igualdad social, anti
oligárquica, como componente de esta unidad continental, Monteagudo agrega: “...el año 25 se realizará, sin duda, la
federación hispanoamericana bajo los auspicios de una asamblea cuya política
tendrá por base consolidar los derechos de los pueblos y no los de algunas
familias que desconocen, con el tiempo el origen de los suyos”[10].
Apenas publicado el Ensayo, el último gesto revolucionario de uno
de los firmantes del Primer Tratado de Unidad Suramericana, este ilustre,
aunque extremadamente polémico patriota, fue asesinado en Lima, sin que pudiese
esclarecerse nunca a los autores intelectuales. Poco antes, había escrito en
las trincheras periodísticas patriotas su epitafio: “Yo no renuncio a la esperanza de poder servir a mi país, que es toda
la extensión de América”[11].
Todo un símbolo del auténtico proyecto patriótico que está próximo
a conmemorar dos siglos en Perú y un indicador incontestable del carácter
profundamente anti patriótico de la actual xenofobia hacia los venezolanos.
27 de
agosto de 2018.
Ricardo Jiménez
A.
[1] Instituto Nacional de Estadística
e Informática (INEI) (2017). Estimación y
Análisis de la Migración Internacional, Según Diversas Fuentes. Síntesis metodológica.
Perú: Autor. Págs. 30 y 32.
[3] Tratado de Alianza Colombia – Perú, firmado en Lima el 6 de
julio de 1822, ratificado el 15 de julio de 1822. En: Documentos Archivo
General San Martín. Comisión Nacional del Centenario. Buenos Aires,
Argentina. Coni Hermanos. 1910. 12 volúmenes. Preámbulo. Tomo VI. Pág.
537.
[4] Instructivo de Convocatoria para el Tratado de Unión. Simón
Bolívar. En: Ibarguren, Carlos. San Martín íntimo. Buenos Aires, Argentina.
Dictio. 1977.
[5] Tratado de Alianza Colombia – Perú, firmado en Lima el 6 de
julio de 1822, ratificado el 15 de julio de 1822. En: Documentos Archivo
General San Martín. Comisión Nacional del Centenario. Buenos Aires,
Argentina. Coni Hermanos. 1910. 12 volúmenes. Preámbulo. Tomo VI. Pág.
537. En realidad, eran dos tratados
complementarios, firmados simultáneamente, de 12 y 9 artículos, respectivamente.
[6] Pérez,
Antonio. Ideología y acción de San Martín. Eudeba. Buenos Aires,
Argentina. 1966. Pág. 52.
[7] “El
señor Carrión tiene talento, probidad y un patriotismo sin límites”. Carta de Simón Bolívar a Francisco De Paula Santander. 23 de febrero
de 1825. Citado en Alva, Luis & Ayllón, Fernando. Selección y prólogo. En defensa de la patria: José Faustino Sánchez Carrión (Selección de escritos de José Faustino Sánchez Carrión). Pág.
3.
[8] Porras Barrenechea, Raúl. El Congreso de Panamá (1826). Imprenta
la Opinión Nacional.
Lima, Perú. 1930. Págs. 3 a
6.
[9] Monteagudo, Bernardo. Ensayo sobre la necesidad de una
Federación General entre los Estados Hispanoamericanos y Plan de Organización.
Enero de 1825. Citado en: Galván, C. Monteagudo, ministro y consejero de San Martín. Claridad.
Buenos Aires, Argentina. 1950. Pág. 243.
[11] Monteagudo,
Bernardo. En: Galazo, Norberto. Seamos libres y lo demás no importa.
Vida de San Martín. Ediciones Colihue. Argentina. 2000. Pág. Pág 473.