miércoles, 20 de febrero de 2019

Se agradece la película "La revolución es un sueño eterno"























Hermosa y veraz.

Son las dos sólidas bases de esta película de cine argentina, que obligan a agradecerla y mueven al deber de invitar a verla, en primer lugar a todo/a latinoamericano/a, también a quienes deseen de verdad comprender Nuestra América, sus persistentes dramas y luminosos fragores.

La película es del año 2010 (Director Nemesio Juárez, 106 minutos de duración). Me enteré de ella por compañeros/as argentinos/as en octubre de 2016. Recién pude descargarla de Youtube en mayo de 2018 y encontrar el tiempo para verla ahora, en febrero de 2019. 

Relata los últimos días de Juan José Castelli, llamado el "orador" de la revolución de mayo de 1811 que gatilló el proceso de independencia suramericano, en las provincias del Río de la Plata, más tarde Argentina.

Castelli como parte de los llamados "morenistas", partidarios del liderazgo de Mariano Moreno, junto a su primo, Manuel Belgrano, a Pedro Jose Agrelo y Bernardo de Monteagudo, cumplieron el rol fundamental de vanguardia de ideas y motor de empuje revolucionario que permitió avanzar con decisión a la independencia, cuando España fue invadida por la Francia napoleónica.

Con una inercia de colonialidad eurocéntrica, por lo demás lógica e inevitable, se les ha llamado después como los "jacobinos" de la independencia.

Los méritos

Lejos de las versiones "hooliwoodeadas" que a veces tientan a otros directores que han tratado el tema de la independencia latinoamericana, débiles en la investigación y veracidad histórica (que la hay, mucha y muy buena), empañadas por prejuicios y ligerezas, esta película es, en cambio, ejemplar en el respeto de los hechos históricos.

Con rigurosidad y prudencia, sin excesos, sabe mostrar algunos de los hechos fundamentales de nuestra memoria independentista, más tergiversados y vigentes.

En primerísimo lugar, el proyecto independentista de Los/as Libertadores/as, el de los/as morenistas, el de los Tupacs amaristas y kataristas, de los/as bolivarianos, los/as artiguistas, los/as sanmartinistas. Un proyecto, que aunaba a la separación de España, la plena soberanía de otras potencias, la férrea unidad continental y la igualdad social.

Proyecto traicionado por las oligarquías y las repúblicas desunidas, dependientes y excluyentes que construyeron, en alianza con las nuevas potencias extranjeras, justamente sobre la derrota, calumnia, asesinato, exilio y miseria de esa generación libertadora. Hecho que la película ilustra concisamente, sin apelación.

Un diálogo de Castelli en el filme resume este proceso de tergiversación de la independencia y la democracia, con palabras que nos hablan de la difícil y dolorosa trayectoria de nuestros pueblos a través de masacres populares, dictaduras militares y la sombra de la invasión norteamericana hoy sobre Venezuela, sedienta de sangre y petróleo: "Aquí, el contrato social de Rousseau fue suscrito por asesinos".     

Algunos de los discursos más proféticos de Castelli aparecen en la película, como el del cabildo abierto de Buenos Aires, que teoriza sobre el derecho de auto determinación de los pueblos, y el de la Puerta del sol en Tiawanaku, actual Bolivia, una sincronía con el pronunciado 200 años después en el exacto mismo lugar por el primer Presidente indígena, Evo Morales.   

Compañeros

Uno de los puntos de más veracidad y hermosura del relato son los "morenistas". Se nota la profunda investigación de cada uno, la empatía histórica y psicológica, el retrato nítido, tanto en el aspecto físico como de personalidad.

El propio Castelli, Mariano Moreno, Manuel Belgrano y quizás el mejor caracterizado de todos, Bernardo de Monteagudo, el extraordinario pero virulento y polémico revolucionario, el único que llegó a ser cuadro de Moreno, de San Martín y de Bolívar, mostrando la continuidad programática de esa generación revolucionaria libertadora que compartió el destino de la primera victoria parcial y la primera derrota transitoria. 

Uno de los diálogos finales de Monteagudo en la película, durante el juicio espurio a Castelli, podría retratar la grandeza y humanidad de este excepcional, apasionado e imperfecto patriota latinoamericano: "Arrójennos la culpa al rostro y gocen con los resultados. Nosotros apareceremos como los verdugos para que ustedes sean hombres libres".

Aporte

El filme es un paso más, uno grande, en el camino no lineal ni fácil pero cierto y creciente, de nuestros pueblos por sacudirse de las tergiversaciones de la memoria.

Especialmente en el ámbito de la primera independencia, la más afectada, no solo por las versiones oficiales y oficiosas oligárquicas, sino también por colonialismos eurocéntricos, prejuicios e ignorancias, de sectores del progresismo  y la izquierda latinoamericanos, formados en esos códigos durante el siglo XX.   

Detalles

La película puede resultar un poco lenta a ratos, especialmente al principio, y se nota en esto que el guión ha sido escrito sobre una novela (Andrés Rivera, 1987), que por lo demás es un monólogo escrito en clave poética.

Por otro lado, los saltos temporales no ordenados cronológicamente, hacia adelante y hacia atrás, aunque son ordenados por subtítulos con fechas, pueden confundir, especialmente si no se está en conocimiento de los detalles y hechos de la época.

Finalmente, pueden haber algunos errores de detalle histórico, como la reseña final de Monteagudo, señalando que murió en Quito, cuando en realidad fue en Lima. Pero son absolutamente irrelevantes  y no obstan en nada la tremenda veracidad y belleza de la película.

Que simplemente, se agradece.       

Aquí la película en Youtube



miércoles, 30 de enero de 2019

Bolívar dejó un mensaje para Trump y sus golpistas en carta de 1818



























“Parece que el intento de usted es forzarme a que alterne los insultos: No lo haré; pero si protesto a usted, que no permitiré se ultraje ni desprecie al gobierno y los derechos de Venezuela… Lo mismo es para Venezuela combatir contra España que contra el mundo entero, si todo el mundo la ofende”.

“El valor y la habilidad, señor Agente, suplen con ventaja al número. ¡Infelices los hombres si estas virtudes morales no equilibrasen y aún superasen las físicas! El amo del reino más poblado sería bien pronto señor de toda la tierra. Por fortuna se ha visto con frecuencia a un puñado de hombres libres vencer a imperios poderosos”.

Son las palabras del Libertador Simón Bolívar, en cartas de 7 y 12 de octubre de 1818, respectivamente, al agente de Estados Unidos, John Baptist Irvine, que ya en esa temprana época ensayaba la pretensión injerencista de subordinar por la prepotencia al pueblo de Venezuela que libraba una cruenta guerra por su primera independencia de España. 

Sin ninguna duda, son también un recado, uno muy claro, que Bolívar dejó para Donald Trump, los halcones del Pentágono, sedientos de sangre y petróleo, y los títeres pseudo fascistas (porque el fascismo, con todo lo horroroso que fue, era al menos soberano) en Brasil, Argentina, Chile, Perú y otros gobiernos lacayos de turno.         

Estos últimos, indecorosos testaferros de la derecha latinoamericana, son la evidente confirmación de las palabras de Bolívar sobre la geopolítica continental que han de seguir nuestros pueblos: “La Alianza americana debe contar con su absoluta independencia de toda potencia extranjera… formado una vez el pacto con el fuerte ya es eterna la obligación del débil”, expresadas en Carta desde Guayaquil a Bernardo Monteagudo del 5 de agosto de 1825.

Aunque ni siquiera las intrigas del más indigno de los latinoamericanos, Luis Almagro (Almugre), han logrado el mamarracho de que la Organización de Estados Americanos (OEA) reconozca oficialmente al auto proclamado “presidente” derechista de Venezuela, ha quedado en evidencia el carácter neo colonial que Estados Unidos le impone a esta “alianza de los débiles con el fuerte”, confirmando empíricamente la incontestable tesis de Bolívar.   

El incidente

El incidente que motivó la histórica carta del Libertador ante el intervencionista norteamericano es en sí mismo una metáfora de lo que ocurre hoy mismo en Venezuela. Libraban entonces los patriotas venezolanos y latinoamericanos una guerra de independencia contra el imperio colonial español, sufriendo las más inenarrables penurias económicas y ataques violentos de los colonialistas. 

Una situación que vive hoy de nuevo, dos siglos después, Venezuela. Aunque los monopolios de comunicación masivos se cuidan muy bien de señalar que son, precisamente, los injerencistas y golpistas los causantes de esas penurias económicas y esas violencias.    

El éxito transitorio que éstos logran en instalar una matriz de opinión masiva única, lo explicaba ya Bolívar, en su mensaje al Congreso de Angostura en 1819, con palabras de certera vigencia: “y si la costumbre de mirar al género humano conducido por pastores de pueblos, no disminuyese el horror de tan chocante espectáculo, nos pasmaríamos al ver nuestra dócil especie pacer sobre la superficie del globo como viles rebaños destinados a alimentar a sus crueles conductores”.

No es algo nuevo. Desde las rebeliones lideradas por Espartaco y Tupac Amaru, hasta la Comuna de Paris y la República española, la formula de estrangulamiento económico y ataques violentos, con campañas mediáticas para culpar a las propias víctimas del descalabro, es la que usan siempre los poderosos para aplastar todo asomo de rebelión a sus designios.

De allí que Bolívar se definiera a sí mismo con palabras que parecieran definir la tenaz lucha de su pueblo hoy: “Yo soy el hombre de las dificultades y no más: no estoy bien sino en los peligros combinados con los embarazos”, en carta desde La Paz a Francisco de Paula Santander de 8 de septiembre de 1825.  
   
En ese contexto, entre largas otras pobrezas, carecía el artesanal ejército libertador de fuerza naval de combate. Contaba, sin embargo, con los jinetes del líder llanero José Páez, acostumbrados desde antiguo a seis meses de inundaciones todos los años. Bolívar creó entonces la “División de Caballería nadadora”, única en el mundo. Los combatientes de ésta se arrojaban a ríos tan caudalosos como el Apure y –como señala el testigo Roberto Cunninghame- “con lanzas en los dientes desafiaban caimanes y abordaban buques y flecheras”, capturando naves enemigas. 

Así ocurrió en 1818 con dos goletas norteamericanas, la Tigre y la Libertad, que por el río Orinoco llevaban armas y alimentos al ejército colonialista español en la región de Angostura, burlando el bloqueo públicamente decretado por los patriotas. Como lo describió Bolívar, en carta al agente Irvine de 29 de julio de 1818: “han intentado y ejecutado burlar el bloqueo y el sitio de las plazas de Guayana y Angostura para dar armas a unos verdugos y para alimentar unos tigres, que por tres siglos han derramado la mayor parte de la sangre americana ¡la sangre de sus propios hermanos!”.

Requisadas las naves, por este procedimiento táctico de Bolívar, el entonces naciente imperio del norte, a través del agente Irvine, inició un intercambio de cartas con el Libertador para imponer la devolución de los pertrechos. En ellas, la burla a su inusitada y sencilla “unidad militar” se combinaba con amenazas y chantajes. 

La respuesta del Libertador, en las ya citadas cartas al agente norteamericano, permite comprender la actitud de su pueblo hoy y representan una advertencia que a los injerencistas actuales les convendría sopesar. 

Son también una prueba lapidaria de la falsedad patética del auto proclamado presidente derechista venezolano, cuando pretende colgarse de la imagen de Bolívar para hacer exactamente todo lo contrario. Un contrabando histórico que denunció con inigualable claridad y belleza la obra del cantor venezolano Alí Primera (especialmente en su “Canción bolivariana” del año 1983).   

Una política 

Para quienes pudieran pensar que se trata en todo caso de un incidente aislado y no de una política permanente del Libertador frente a las prepotencias del gigante egoísta del norte, conviene citar las palabras de Bolívar, en carta al mismo agente Irvine en carta de 20 de agosto de 1818, denunciando las políticas de Estados Unidos, que movidas por contubernios y negociaciones con España, castigaban a ciudadanos norteamericanos que decidieran apoyar a los independentistas latinoamericanos:    

“Hablo de la conducta de los Estados Unidos del Norte con respecto a los independientes del Sur, y de las rigurosas leyes promulgadas con el objeto de impedir toda especie de auxilios que pudiera procurarnos allí. Contra la lenidad de las leyes americanas se ha visto imponer una pena de diez años de prisión y diez mil pesos de multa, que equivale a la muerte, contra los virtuosos ciudadanos que quisiesen proteger nuestra causa, la causa de la justicia y de la libertad, la causa de América”. 

Dos años después del incidente con Irvine, Bolívar reafirma esta convicción, en carta desde San Cristóbal a José Rafael Revenga, de 25 de mayo de 1820: “Jamás conducta ha sido más infame que la de los americanos con nosotros: ya ven decidida la suerte de las cosas y con protestas y ofertas, quién sabe si falsas, nos quieren lisonjear para intimidar a los españoles y hacerles entrar en sus intereses”.  

Hacia el final de su vida, el Libertador comprende a cabalidad la larga marcha de sufrimientos que nuestros pueblos habrán de atravesar para librarse de la larga sombra imperial norteamericana, sus políticas de saqueo, sus gobiernos títeres, sus invasiones directas, sus golpes de estado y sus dictaduras. Así lo expresa en carta desde Guayaquil al coronel Patricio Campbell, de 5 de agosto de 1829: “y los Estados Unidos, que parecen destinados a plagar la América de miserias a nombre de la libertad”.

Finalmente, a confesión de parte, relevo de prueba. Son numerosos los partes de guerra e informes de espías a sueldo y mercenarios de EE.UU., a lo largo de la lucha de Bolívar, conservados hasta hoy y que testimonian una sistemática labor de sabotaje y desprestigio contra los planes de Bolívar, fracasada la táctica de ganarlo con sobornos y prepotencias. 

Solo un ejemplo, curiosamente desde Lima, que hoy da nombre al infame grupo de países títeres de la agresión imperial. El 3 de febrero de 1827 el cónsul de EE.UU. en Lima, William Tudor, envió al Departamento de Estado una carta a raíz del fracaso transitorio del “Congreso Anfictiónico de Panamá”, el gran proyecto de Bolívar para gestar la unión latinoamericana.

En la carta señala literalmente: “La esperanza de que los proyectos de Bolívar están ahora efectivamente destruidos es una de las más consoladoras. Esto no sólo es motivo de felicitación en lo relativo a la América del Sur, liberada de un despotismo militar y de proyectos de insaciable ambición que habrían consumido todos sus recursos, sino que también Estados Unidos se ve aliviado de un enemigo peligroso en el futuro... Si hubiera triunfado estoy persuadido de que hubiéramos sufrido su animosidad”.

¿Hace falta más para saber de qué lado debemos estar los/as latinoamericanos/as y las personas honradas del mundo?



Ricardo Jiménez A.