"Hoy 17 de septiembre de 2005 firmamos solemnemente la
Constitución Democrática de Chile… Tenemos hoy por fin una Constitución
democrática”
Ricardo Lagos
Más
allá de los balances que puedan o no hacerse del gobierno del ex presidente
chileno Ricardo Lagos entre los años 2000 y 2006, un hecho indiscutible es el
absoluto fracaso de su pretendida “nueva” constitución, pactada en el congreso entre
la concertación y la derecha pinochetista.
A
pesar de la millonaria propaganda televisiva, que repetía hasta al cansancio la
firma del presidente reemplazando la del ex dictador Pinochet en el texto, y
las 58 reformas que eliminaban algunos de los más antidemocráticos de sus
preceptos, no sólo no logró convencer al país y al mundo de que se trataba de
un cambio de Constitución, sino que en la actualidad, a apenas ocho años de
distancia, la inmensa mayoría de los chilenos ya ni siquiera recuerda lo que a
Lagos le pareció en su momento un acto de refundación institucional.
Hoy, más que ayer, crece en Chile la demanda de terminar con la desprestigiada constitución de Pinochet. Ha sido uno de los temas claves de las recientes elecciones y, aunque fragmentadas, las fuerzas que la exigen, incluyendo a buena parte de las de la electa Presidenta Bachelet, suman en conjunto una clara mayoría. Eso, sin considerar a la mitad del electorado que no votó, justamente, por el desprestigio institucional de la política, que emana antes que nada de esa misma constitución pinochetista.
Hoy, más que ayer, crece en Chile la demanda de terminar con la desprestigiada constitución de Pinochet. Ha sido uno de los temas claves de las recientes elecciones y, aunque fragmentadas, las fuerzas que la exigen, incluyendo a buena parte de las de la electa Presidenta Bachelet, suman en conjunto una clara mayoría. Eso, sin considerar a la mitad del electorado que no votó, justamente, por el desprestigio institucional de la política, que emana antes que nada de esa misma constitución pinochetista.
Bachelet
ha ganado mayoría en el congreso pero no la suficiente para reformas profundas.
La misma constitución pinochetista (o “laguista”, si se quiere) lo hace
imposible con mínimos inalcanzables. Ni hablar de Asamblea Constituyente, no
existe tal posibilidad.
Por
eso, importantes y crecientes sectores sociales y políticos han planteado
públicamente una salida posible, un camino que impone la voluntad política de
democratizar por encima de la camisa de fuerza dictatorial que representa la
institucionalidad heredada.
Proponen
que la presidenta de la república llame a un plebiscito no vinculante para que
la Nación soberana se pronuncie al respecto. Aunque no sería vinculante, es
decir obligatorio, de todos modos, con un resultado favorable, y eventualmente
con movilización social de respaldo, se presionaría al congreso y las fuerzas
conservadoras en él para convocar a una Asamblea Constituyente que genere un auténticamente
nuevo y legitimado texto constitucional.
Sin
embargo, la presidenta electa y su coalición muestra discrepancias,
indecisiones e inercias muy fuertes al respecto, y a ratos parece inclinarse
por desechar esa opción democratizadora y recorrer otra vez el mismo camino del
ex presidente Lagos, el de las reformas parciales pactadas con el pinochetismo
entre las cuatro paredes del congreso.
Algo
así como poner su firma en el texto constitucional pinochetista, sobre la firma
de Lagos, e intentar como él convencer al país y al mundo de que se trata de
uno nuevo y democrático.
¿Estará
la ciudadanía hoy más dispuesta que ayer a una operación semejante? ¿No será
más bien un camino seguro a tropezar de nuevo y con la misma piedra?
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