El proyecto nacional popular
peruano y la revolución bolivariana venezolana son tareas históricas, permanentes.
Sus lazos entrañables, alimentados de la más hermosa verdad y memoria
histórica, vencen el silencio, la calumnia, la tergiversación y la
desorientación.
En 1780, la rebelión anti colonial de los Tupacs, Amaru y
Katari, alcanzó a prácticamente toda Suramérica, con una tormenta perfecta de
más de 50 mil combatientes de más de una
veintena de pueblos indígenas, negros, mestizos y criollos. En la actual
Venezuela, el capitán de la rebelión es el criollo Javier de Mendoza, declarado
“capitán general de los llanos”, al mando de tres mil indígenas, a quienes hace
jurar a Tupac Amaru como “rey de América”. Lo secundan los también criollos,
hermanos Eugenio y Gregorio Bohórquez. Antes de ser derrotada, la rebelión
llega hasta LaguniIlas, donde los alzados tomaron el pueblo dando gritos de
“¡Viva el Rey del Cuzco!”, y Mérida, ocupada bajo el mando de los criollos
Vicente de Aguilar y Juan García.
Juegan un rol decisivo las
mama’tallas, Micaela Bastidas, Bartolina Sisa, Tomasa Tito y otras, generalas
andinas de la rebelión, al mando de hasta miles de combatientes, incluyendo
“batallones de mujeres” que según los partes de guerra españoles eran “más
feroces que los hombres”. En el teatro de operaciones de la actual Venezuela
ocurría lo propio, como informa José Tapia, sacerdote realista y vicario
general, al gobierno colonial: “Finalmente esta provincia está en una confusión
infernal… Solamente se ve y se sabe de crímenes, prueba de lo cual es la
niñería que ha permitido nombrar mujeres como capitanes”. (10 de julio,
1781).
La insurrección del Amaru Katari
impacta en la formación político militar de Francisco de Miranda, venezolano,
futuro precursor de la definitiva lucha de independencia anticolonial, quien
reconoce, en carta de 1792, que el levantamiento tupacamarista, siendo él
oficial del ejército español en Europa, fue antecedente preliminar de su propia
concepción revolucionaria.
Según consigna Héctor Béjar, se
dice que informes de la rebelión llegan a oídos de los precursores
revolucionarios haitianos, incluyendo el “bando de libertad de los esclavos” de
Tupac Amaru. Ellos, no sólo harán de Haití el primer país independiente y sin
esclavitud de América Latina, sino que lo convertirán en el primer santuario de
la humanidad, declarando libre a todo esclavo que pisara tierra haitiana.
Será en Haití que Bolívar
recibirá, más tarde, decisiva y cuantiosa ayuda militar por parte de Petión,
quien sólo pedirá a cambio la libertad de los esclavos. Bolívar tomará la
bandera anti esclavista para no bajarla nunca más, y esa será una de las
razones del odio oligárquico y la traición de muchos de sus generales. Antes de
morir, dirá que un día América llamará su verdadero libertador a Petión.
El último de los Tupac Amaru,
Juan Bautista, sobreviviente de la rebelión, las torturas y décadas de
mazmorras españolas, escribe en 1826 hermosa e inequívoca carta a Bolívar,
abrazando e identificando ambas luchas y proyectos.
El primer Tratado de unidad
suramericana, el hermoso código genético de nuestra actual Unasur, se firma en
el Perú en 1823, aún en guerra contra los españoles, entre el Perú gobernado
por San Martín y la Gran Colombia de
Bolívar.
También desde el Perú en 1826,
gobernado por Bolívar, se hace la convocatoria al Congreso de federación
continental de Panamá. Arquitecto del proyecto, junto al venezolano Libertador,
es el peruano Faustino Sánchez Carrión, el más bolivariano de los peruanos. El
que, según Héctor Béjar, es tan bolivariano que cuesta distinguirlo de
Bolívar.
El Amaru será reivindicado para
el Perú, como un regalo amoroso de la memoria para su Patria, por el general
Juan Velasco Alvarado. El entonces joven oficial militar venezolano, Hugo
Chávez, rememora: “Conocí a Juan Velasco Alvarado, a partir de uno de esos
hechos totalmente casuales que aceleró en mí el proceso interno, de forja, de
enrumbamiento político. Se cumplían 180 años de Ayacucho y en la Academia
Militar me pasaba el día hablando de Bolívar… El capitán… me llamó:
"Chávez, hemos escogido a 12 muchachos para ir en una comisión a Ayacucho…
Como usted es de los bolivarianos…lo hemos escogido." Se imaginarán qué
alegría.
Esa noche me fui para la
biblioteca… y comencé a estudiar qué estaba ocurriendo en el Perú. Descubrí el
Plan Inca y que allí se estaba produciendo una revolución dirigida por un
militar nacionalista. Pasamos en Lima varios días, haciendo preguntas a todo el
mundo, alimentándome de aquel proceso e intercambiando con cadetes colombianos,
panameños, peruanos y chilenos…
Nos llevaron a la casa de
gobierno y allí estaba Velasco, en una recepción dedicada a los oficiales y
cadetes, donde ofreció unas breves palabras y nos hizo llegar dos libritos, La
Revolución Nacional Peruana y El Manifiesto del Gobierno Revolucionario de la
Fuerza Armada de Perú. Después de escuchar a Velasco, me bebí los libros hasta
aprenderme de memoria algunos discursos casi completos. Conservé esos libros
hasta el 4 de febrero de 1992. Cuando me apresaron, me lo quitaron todo.
Les cuento todo esto porque la
toma de conciencia política no fue automática. Sin lugar a dudas estos hechos
dispararon mis convicciones a un determinado estadío espiritual. Y ya de ahí no
he retrocedido, pues”.
[i]
La fatídica pero heroica noche
del frustrado golpe de estado contra la revolución bolivariana en Venezuela, en
abril de 2002, piquetes de ciudadanos venezolanos resistieron con las armas en
la mano, tal como había hecho el Presidente mártir chileno, Salvador Allende,
al fascismo venezolano, desde las azoteas de edificios públicos en torno al
palacio de gobierno en Miraflores. Junto a ellos, cercados por los golpistas y
pensando durante toda la noche que no había salida, combatieron internacionalistas
peruanos. La movilización popular terminó haciendo huir a los golpistas al
amanecer.
Esa misma noche, en un barrio
popular de Caracas, también en resistencia a los militares golpistas, cayó,
alcanzado por un tiro en la cabeza cuando saltaba una muralla, un anónimo joven
peruano.
Muchos internacionalistas
peruanos se quedaron a trabajar y construir en la revolución bolivariana, en
campos y ciudades, uniendo esperanzas y sacrificios.
En el Perú actual, la entrañable
identidad del Amaru y Bolívar sigue siendo un fantasma que recorre incómoda la
pesadilla neoliberal y dependiente que pretende en vano eternizarse.
Ricardo Jimenez A.