Una de las paradojas más notables del Perú neoliberal actual.
Mientras buena parte de la población limeña miraba con ojos redondos el
programa de Televisión “El valor de la verdad”, donde a cambio de grandes
cantidades de dinero una ex modelo de playboy peruana contó al país sus amoríos
con un famoso futbolista casado, se cumplieron varias semanas desde que fuera
denunciado a la opinión pública el escándalo de una enorme custodia policial
ilegal a Oscar López Meneses, un oscuro operador de la mafia dictatorial
fujimontesinista, y no hay ni la más mínima información que aclare el grave
caso.
Los contribuyentes peruanos, que simplemente parecen no tener
derecho a saber cómo y por qué se gastaba de esa manera ilegal el dinero
público para proteger casi con rango presidencial a un reconocido mafioso y
corrupto, tienen en cambio la compensación de conocer con detalle toda la
verdad de las escabrosas infidelidades de modelos playboy y futbolistas.
“El valor de la verdad” con las revelaciones intimas de la modelo
playboy arrasa en audiencia y cobertura“noticiosa” por parte de los demás
medios, la mayoría en manos de los mismos pocos dueños. Encima, con el valor
agregado pedagógico que pretende entregar el conductor del programa, quien con
pose de seriedad y voz impostada le dice en algún momento a la modelo playboy:
“es muy sabio lo que dices”.
Habrá que pensarlo como un intento de aportar a la educación del
país, declarada como “clave” por el presidente de la república en su discurso
público, aunque en la práctica mantiene inamovible el presupuesto para ella en
apenas el 3% del PBI, uno de los más bajos de toda la región. También mantiene
al canal nacional del estado, que podría ser perfectamente una ventana de aire
puro educativo y cultural, reducido al triste y tradicional papel de medio
publicitario del gobierno de turno.
“El valor de la verdad” es en esencia la continuidad remozada y
actualizada de la “prensa chicha” creada por la dictadura fujimontesinista y su
versión televisiva: los talk shows de Laura Bozo, que trajeron la banalidad y
la indignidad como mecanismos de producción y reproducción activa de
des-ciudadanización de la población. Ciertamente, fueron y siguen siendo el
subsistema cultural necesario, imprescindible para sostener en la cabeza de la
población el andamiaje económico y político neoliberal construido por la
dictadura y aceitado, perfeccionado y administrado hasta hoy por todos los
gobiernos posteriores, con la muy breve excepción del gobierno de transición de
Paniagua.
El mérito del “valor de la verdad”en este sistema de cosas es que
mata dos pájaros de un tiro. Recoge el valor ético de la verdad, pero lo saca
de cuestiones públicas incómodas como el caso López Meneses y lo lleva al
terreno de las más bajas pasiones e indignidades humanas. Y, más importante
aún, identifica y subordina la búsqueda de la verdad al valor supremo y rector
del actual Perú neoliberal: la obtención a cualquier precio de ganancia
material individual; el “dios dinero”, como lo acaba de llamar el Papa
Francisco.
En el caso López Meneses, el Gobierno aparece asombrosamente
impotente para imponer la pronta y transparente búsqueda de respuestas en lo
que se supone son sus subordinados de la policía y el ejército, los cuales se
han dedicado públicamente a echarse culpas y denuestos entre sí, oscureciendo
aún más la verdad. Para colmo, la insólita propuesta oficial de investigar el
delito, no ahora cuando ha ocurrido sino en la década del 90’ en que inicia su
carrera el mafioso ilegalmente custodiado, no puede sino fortalecer las
acusaciones y sospechas de turbias relaciones del propio gobierno con el
mafioso y sus redes.
Entonces, ¿por qué no asumir con realismo la situación y en vez de
mantener el triste espectáculo de un Congreso que no logra formar una comisión
investigadora, entregar la investigación del caso a “el valor de la verdad”?
En cualquier caso, la población ya no podría quedar más ignorante
y confundida sobre los hechos, de lo que lo está ahora; ya no podrían ser más
oscuras y más impunes las relaciones del poder político en el Perú actual; y ya
no podrían ser más débiles las instituciones del estado.
En otras palabras, no hay nada que perder y siempre se puede ganar
un poco más de la monopólica, bien rentada y entretenida libertad de expresión
al estilo del Perú neoliberal.
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