sábado, 23 de noviembre de 2013

¿Quién es Manuela Sáenz, y por qué lleva el nombre de las flores?


“Yo les pregunté por Manuelita… la bella enterrada… 

pero ellos no sabían el nombre de las flores”

Pablo Neruda


Quiteña, hija “bastarda”, fuera del matrimonio legal, del regidor de Quito, Simón Sáenz con su madre Joaquina Aizpuru, a quien despreciativamente la oligarquía llamaba la “barragana” (conviviente). Recibió de su padre, sin embargo, el privilegio de la mejor educación disponible -para los hombres- en la época.

Fue recluida en el Convento de Santa Catalina por su rebeldía a las convenciones sociales patriarcales y machistas, ejerciendo libremente su vida sexual, que incluía según varios investigadores, el lesbianismo. Finalmente, fue expulsada del Convento. Más tarde le escribirá a su ex marido: “usted es anglicano, yo atea” (1823). A los 20 años de edad, fue casada en matrimonio por conveniencia con James Thorne, acaudalado médico inglés de 50 años.

Vivió 7 años en Lima, donde formó parte de la “Red de guerra de zapa” de San Martín y Monteagudo. Un tipo de guerra que se lleva adelante en desventaja material y donde lo principal son operaciones de sabotaje, la conspiración y la propaganda política. Era hermana de José María Sáenz, uno de los oficiales del batallón “Numancia”, el de más alta élite militar en el ejército realista, estacionado en Lima, por lo que Manuela participó en la llamada “operación Cervantes” para pasar a este ejército a las filas de la revolución, lo que finalmente ocurrió.

Recibió la Orden de Caballereza del sol por esos servicios a la revolución de parte del gobierno revolucionario peruano de San Martín. Por este hecho, más tarde, Bartolomé Mitre, historiador y presidente de la Argentina oligárquica, etnocida y centralista, y declarado enemigo y calumniador de San Martín, se escandalizará de la orden por considerarla propia de indígenas y peor aún, por incluir a las mujeres: “Como complemento de ese plan de aristocracia indígena, hizo extensivos a la mujer sus honores y privilegios” (1950).

Manuela regresó a Quito, donde alojó en su casa a José de Sucre y surgió una amistad y compañerismo permanente entre ambos. Prestó servicios y entregará su fortuna personal para el Ejército Libertador que sellará en la batalla de Pichincha (1822) la independencia de Ecuador, su patria de nacimiento. El joven y frugal Sucre, ascendido a general revolucionario a los 21 años, es uno de los más claros partidarios del proyecto de independencia con unidad continental y sobre todo igualdad social. En 1825 escribe: “Cuando la América ha derramado su sangre por afianzar la libertad, entendió también que lo hacía por la justicia, compañera inseparable la justicia de la libertad. Sin el goce absoluto de ambas: libertad y justicia, habría sido inútil la emancipación” (1825). Cinco años después de escribir estas hermosas profecías de justicia sería asesinado por los enemigos del proyecto bolivariano.

Conoció y se hizo amante y compañera de Simón Bolívar, abandonando para siempre a su esposo por conveniencia James Thorne. Manuela, escribe orgullosa y desafiante a su ex esposo: “Me cree Ud. menos honrada por ser él mi amante y no mi marido? ¡Ah! Yo no vivo de las preocupaciones sociales inventadas para atormentarse mutuamente” (1823). Desde entonces acompañó al Libertador en todos sus proyectos políticos y campañas militares.

Ella presentará a Bolívar con Bernardo de Monteagudo, su amigo y compañero de lucha, veterano cuadro revolucionario de la época de la primera revolución de mayo en las actuales Argentina y Bolivia, dirigida por el mítico Mariano Moreno. Es también, más tarde, Ministro de San Martín en Perú, y uno de los más brillantes promotores de la integración continental latinoamericana y la justicia social. Llegará a ser un cuadro importante del proyecto de Bolívar, y será asesinado en Lima en 1825.

En la batalla de Junín (1824), Bolívar hace valer el grado de archivera del Estado Mayor Patriota de Manuela, y le ordena no entrar en la primera línea de fuego, como deseaba ardientemente; ella acata la orden superior, pero grita en protesta delante de todo el ejército: “¡pongo por desgracia mi sexo!”. Meses más tarde, estando ausente Bolívar porque los traidores oligarcas hechos ya con el gobierno en Colombia le ordenan regresar allá para impedirle la gloria de coronar la guerra de independencia, en Ayacucho, Manuela combate como lancera a caballo (1824), con tal bravura que el Mariscal Sucre recomienda su ascenso al grado de Coronela.

En las fases finales de la lucha por la independencia, cuando ya se consolidan las fuerzas contrarias al proyecto de soberanía, igualdad y continentalidad de Bolívar, Manuela salva en dos ocasiones a Bolívar de atentados contra su vida, la según davez con la espada en la mano. Bolívar la llamará “Manuelita”, la “Libertadora del Libertador”. Debido a su carácter apasionado, impulsivo y a veces tumultuoso, la llamará también “Mi amable loca”.

Ya derrotado completamente el proyecto de Bolívar y cercano éste a su muerte, Manuela le escribe denunciando la injusticia social de las repúblicas oligárquicas que traicionaron el proyecto bolivariano: Simón, Simón, ¿si nuestros indios siguen pidiendo limosna, si nuestros niños siguen en la calle muriéndose de mengua, de qué sirvió la independencia?” (1829).

Manuela es parte de la primera generación revolucionaria patriota, derrotada y castigada junto a Bolívar por su proyecto soberano, continental y de justicia social, por parte de las oligarquías latinoamericanas y los poderes imperiales internacionales, que terminarán derrocando, exiliando, asesinando o condenando a la miseria y la calumnia a José de San Martín, José Artigas, José de Sucre, Bernardo O´Higgins, Simón Rodríguez. También a Juana Azurduy, en la actual Bolivia, amiga de Manuela Sáenz. Y como Manuela, compañera de un gran revolucionario: Manuel Padilla. Como Manuela, joven rebelde expulsada de un convento. Como Manuela, combatiente, embarazada de siete meses, en la batalla del Cerro de carretas. Ascendida también, al grado de tenienta coronela, recibiendo en homenaje el regalo de su espada por parte del general Manuel Belgrano, otro extraordinario revolucionario patriota, y el homenaje personal de Bolívar y Sucre. Como Manuela, finalmente también fallecida en el olvido y en la miseria por no ser parte de la traición de las repúblicas oligárquicas y dependientes.

Manuela es encarcelada y acusada de “extranjera” en Colombia, a lo que responde en un periódico: “Lo que sé es que mi País es el continente de la América y he nacido bajo la línea del Ecuador” (1830).

Se le destierra de Colombia y de Ecuador. Tras tres años en Jamaica, se instala en Paita, puerto peruano, acompañada sólo de sus fieles Nathán y Jonatás, dos antiguas esclavas negras compradas por su padre, liberadas por ella y que permanecieron siempre a su lado como compañeras de lucha y de vida.

En camino a encontrarse con ella allí en Paita, morirá, también en la miseria y la soledad, el gran Simón Rodríguez, genial maestro de Bolívar, su amigo y compañero de luchas. Entre otras precursoras ideas, Rodríguez, adelantándose en un siglo a ese avance de la humanidad, y quizás teniendo en mente a la joven Manuela casada por conveniencia por su padre, había postulado: “Se ha de dar instrucción y oficio a las mujeres, para que no… hagan del matrimonio una especulación para asegurar su subsistencia” (Simón Rodríguez. 1830).      

En Paita también la visitará Garibaldi, el héroe legendario de la independencia italiana, quien la llamará “la mujer más importante del siglo XIX”. En Paita, el 23 de noviembre de 1856, morirá de difteria a los 59 años, sola y en la miseria, atacada por la calumnia de las oligarquías latinoamericanas.

Sus restos fueron arrojados, no se sabe con certeza si en fosa común o en un cerro baldío. Sus objetos personales, incluyendo valiosa documentación histórica, fueron todas quemadas. Sus restos, a pesar de esfuerzos de investigación y búsqueda, nunca fueron encontrados. En 2010, por iniciativa de los presidentes de Ecuador, Rafael Correa, y de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez, “restos simbólicos” de Manuela, tomados de una antigua fosa común en Paita fueron trasladados a Venezuela y puestos junto a los de Bolívar, como fue su deseo hace más de 160 años.

El 24 de mayo de 2007, aniversario de la batalla de Pichincha, un hecho trascendente de justicia histórica y simbólico de la soberanía y lucha libertaria de su pueblo, el presidente de Ecuador, Rafael Correa, ascendió póstumamente a la Coronela al grado honorífico de “Generala del Ecuador”.  El Presidente Correa la nombró además “Luz Morena”. Manuela es póstumamente una de las pocas que han logrado ese máximo grado militar en América Latina. Con lo que aún después de muerta sigue rompiendo las discriminaciones machistas. 

Ella es el símbolo más alto de miles de mujeres revolucionarias patriotas, protagonistas de la primera independencia y su proyecto de soberanía, unidad continental y justicia social con justicia de género, que han sido silenciadas por las historias oficiales de las repúblicas oligárquicas. Numerosos intelectuales, historiadores y literatos progresistas y patriotas han escrito y cantado su vida, su pensamiento y su lucha. El poeta chileno universal, Pablo Neruda, le escribirá su poema “La insepulta de Paita”, incluido en el Canto General. Allí dice: “Yo les pregunté por Manuelita… la bella enterrada…  pero ellos no sabían el nombre de las flores”.

Una carta de Manuela
 
Asegurada ya la independencia colonial en toda Sudamérica con la victoria en la batalla de Ayacucho, Bolívar al igual que los líderes de todas las nacientes repúblicas enfrenta el problema de la definición de los límites de los Estados, que antes eran administraciones dentro de la unidad colonial española.  El chovinismo localista y la falta de visión de líderes y pueblos, agitados y digitados por los ambiciosos intereses de rancias o nacientes oligarquías locales y  ávidos poderes fácticos extranjeros, han  derrotado o tienen en franca debilidad todos sus proyectos de unidad continental, soberanía y justicia social.

En ese marco, recibe comunicación del General Sucre desde el Alto Perú, actual Bolivia, informandole la convocatoria a sus representantes para definir el destino de la región, hasta entonces formalmente parte de los Virreinatos coloniales del Perú y del Río de La Plata.

El brillante y joven general Sucre fue el más estrecho y leal militante del proyecto bolivariano, y en esta ocasión, es casi la única vez que Bolívar le escribe una carta de reconvención y molestia, señalándole que no estaba en sus atribuciones permitir o gestar tal convocatoria. Ello muestra el deseo y plan de Bolívar de unificar y no de fragmentar las repúblicas y desmiente tajantemente el error o mala intención histórica difundidos por la oligarquía peruana de atribuir a Bolívar el supuesto deseo y plan, por pura ambición y maldad, de “robar” Bolivia al Perú.

Más bien, como lo explica después Sucre y lo hace aquí Manuela Sáenz, era incontenible esa voluntad de los propios criollos altoperuanos. En esa realidad objetiva, Manuela Sáenz ve la oportunidad política de crear un nuevo Estado, bajo el nombre simbólico de Bolívar (que signifique un “amor irrefrenable por  la libertad”), donde pueda construirse, casi como en un laboratorio, el proyecto de soberanía, justicia e inclusión social, que ha sido ya derrotado en el resto del continente. En una hermosa metáfora del amor de pareja entre ella y Bolívar, ella compara este eventual Estado republicano  social con una hija de ambos.         

La carta dice textualmente:


29 de febrero de 1825
Mi Libertador:

Sabe usted cómo ansío compartir el nacimiento de la vida. Conoce las veces que levanté mi voz airada por las condiciones ingratas que estamos compartiendo, de privación de sentimientos, de distancias y de ausencias reiteradas. ¿Cómo cambiar el sino que nos acompaña? ¿Qué debemos hacer para protestar frente a la realidad, y vencerla? ¿No podré, con usted, caminar llevando de la mano la ilusión convertida en la inocencia de voces infantiles? ¿Es que no fuimos elegidos para ser, además de amantes, hombre y mujer, padre y madre?

He interpelado a los Dioses de estas y otras tierras. Mi voz la han escuchado, si existen, los Achachilas de los Andes y el Cristo de la cruz de mis desvelos. Vea usted la fuerza que sale a borbotones del pecho que le da ritmo a su sangre, y que termina convertida en remanso cuando acepto resignada que otros son los mandatos que debo cumplir en este tiempo.

Y cuando llego a ese punto de sosiego, otra vez me vienen los rumores que acompañan mis angustias y me mantienen en vela buscando otras respuestas. No utilice su energía para reprender el acto de amor que voy a relatarle.


He recogido de usted la necesidad de encontrarle solución política a las diferencias que mantienen los patriotas de Lima y del Río de la Plata. En medio de ellas, están las provincias del Alto Perú, primeras en levantar las banderas de la libertad y las que mayor dificultades están debiendo sortear para alcanzarla.


La posición reflexiva del General San Martín en Guayaquil[1] hace tres años, fortalece la necesidad de resolver la situación del Alto Perú con un estatuto político que le faculte a desarrollarse, respetando la decisión que le han hecho saber con insistencia y firmeza sus representantes. Por eso resulta injusta la airada comunicación que le hiciese llegar al General Sucre por la convocación a los diputados del Alto Perú a discutir su destino.


Si usted escucha la voz de su experiencia, desde Charcas, La Paz y Potosí, será más fácil establecer una relación positiva con V.E., que desde otras ciudades que mantienen algunas dificultades para resolver sus propias diferencias. Pero, y lo más importante, permitiría la construcción de un nuevo Estado en el que usted podría, desde el inicio, desarrollar la fuerza de la libertad sin las mezquindades que enfrenta permanentemente en la Gran Colombia.[2] Esta república podría servirle para plasmar en ella los modelos democráticos tan caros a sus sueños y alejar las insinuaciones que rechaza tan airado cuando pretenden cambiar su condición de ciudadano por otra similar a la que termina de vencer.[3]


Un pueblo agradecido con su espada y su voluntad de usted, puede ser el abono más extraordinario para que fortalezcan la justicia y las instituciones republicanas. He recogido de manera reservada algunas opiniones de la gente que le es fiel, y comparten el entusiasmo de ver nacer un estado con su nombre que tenga de usted el amor irrefrenable por la libertad.

Por eso le he puesto tanto empeño a esta encomienda que nadie me dio pero le pertenece, de dar nacimiento al fruto de mi entrega y que sobrevivirán nuestras vidas perpetuando su nombre. Permítame ayudar a multiplicar la libertad y juntos habremos logrado procrear una hija, que sólo usted y yo, sabremos es el producto de este sentimiento que desafía la barrera de los tiempos.


Ahora, que ya lo sabe, repréndame con indulgencia y con la dulzura con la que corrige los desvaríos de pueblos que aprenden a vivir su independencia. Su enojo será la mejor prueba que la Historia se construye con locuras de amor y de coraje. Y yo, veré nacer una hija que mantendrá en la eternidad mi tributo de reconocimiento a usted, gestado entre los nueve meses que están pasando desde el triunfo de Ayacucho y el primer aniversario de Junín.


Aliente la multiplicación de la vida y la libertad. Todos esperan su palabra para hacer más fácil el esfuerzo de ayudar a la Historia a reconocer su entrega por la causa de los pueblos.

Gozo con la idea como lo hago las veces que estoy en su compañía.
 
Manuela.

    



[1] Se refiere a la famosa Conferencia secreta de Bolívar y San Martín en esa ciudad de Ecuador, en julio de 1822, la cual ha dado pié a innumerables errores y calumnias históricas. Esta referencia de Manuela Sáenz, calificando de positiva la actitud de San Martín en ella, y justamente en una carta privada a Bolívar, por quien sin duda conoce pormenores de la entrevista, es un elemento objetivo, entre muchos otros, para desmentir esos errores y calumnias, que pretenden una enemistad de ambos próceres en la ocasión, a partir de magnificar y tergiversar las discrepancias políticas, que sí las hubo entre ambos, como las hay normalmente entre compañeros de lucha.
[2] Se refiere a las tendencias de chovinismo localista, oligárquicas, y en connivencia con poderes fácticos extranjeros, que terminarán poco después por fragmentar la Gran Colombia en tres “patriecitas” chicas, excluyentes y sin soberanía: Colombia con Francisco de Paula Santander, Venezuela con José Páez, y Ecuador con José Flores.
[3] Refiere a las varias ocasiones en que a Bolívar se le ofreció coronarse monarca, todas las cuales rechazó por ser un convencido y radical republicano. Esta referencia, en carta personal privada, es un elemento objetivo, entre otros, que desmiente los errores y calumnias que pretenden lo contrario.

1 comentario:

  1. No fue expulsada del convento. Huyó con un joven oficial español de apellido D'Elluyar. Por eso la casaron con Thorne.

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