Kurt Cobain, el famoso vocalista de la banda de rock Nirvana, decía que en las buenas o grandes canciones la melodía lo era casi todo. Y creo que el nuevo disco de Jorge Millones, “Crítica de la miseria pura”, viene a ser otro ejemplo de que esa afirmación es completamente acertada. Un factor común y que distingue a todas las canciones del disco de Jorge, por encima de las diversas temáticas en sus letras, es la presencia de una muy buena melodía.
Es lo que comúnmente llamamos “la música” de una canción, y las músicas de las canciones en este disco de Jorge producen lo que los conocedores llaman “goce estético”, es decir, gustan, se disfrutan y tienden a quedarse grabadas, son “pegajosas”.
Se trata de un primer nivel de acceso al disco que es el más directo y el más amplio. La melodía llega al mayor número de personas porque no exige otro requisito que el disfrute, para el cual todos y todas, sin excepción, estamos capacitados. Y Jorge Millones, con el impecable acompañamiento de su banda de talentosos jóvenes en guitarra, percusión y coros, nos regala un disco lleno de melodías memorables, destinadas antes que nada a hacernos disfrutar, que es quizás la primera tarea del arte.
Pero Jorge logra todavía más en su disco, algo que es escaso y muy feliz, la perfecta conjunción de esas bellas melodías con afortunadas letras.
Mientras la corriente de la cultura hegemónica en el mundo y el Perú actual celebra y refuerza con toda intención la superficialidad, la banalidad, la reproducción de prejuicios discriminatorios y anti valores, Jorge hace una apuesta fuerte y arriesgada y nos entrega un disco conceptual.
Es decir, un disco en que cada una de las canciones e incluso la gráfica, forman una sola y única obra, en torno a una sola idea rectora. Ejemplos clásicos de discos conceptuales son el “Sargent Pepper” de los Beatles y “El lado oscuro de la luna” de Pink Floyd.
Yendo aún más lejos a contra mano de la cultura basura hegemónica, Jorge centra este concepto del disco nada menos que en la crítica. Una idea fundamental para la cultura occidental y la política moderna a lo largo de los últimos siglos. Así lo refleja el nombre del disco: “Crítica de la miseria pura”, que parafrasea la célebre obra del filósofo prusiano Inmanuel Kant a fines de 1700, y también la gráfica de Jorge Miyagui en el disco, que “peruaniza” genialmente la estética asociada a aquella vieja obra.
Jorge recoge ese camino, esa tradición y la actualiza. Se hace el cronista de los claroscuros de un Perú neoliberal autocomplaciente, que se niega a mirar las grietas y a escuchar los crujidos del cartón piedra de su escenario holibudense. Pero también de una izquierda incómoda con la memoria de caminos extraviados, carcomida por una irresponsabilidad tan antigua como insuperable, y aferrada a contradictorias vanidades personales.
Es una crítica implacable pero que no se desbarranca, sino que logra tomar justo a tiempo la curva cerrada de la reconciliación con nuestra humanidad. Es en este punto que el disco se inscribe plenamente en el siglo XXI, para superar la tradición y sus limitaciones. Un símbolo de esto es el significativo verso cantado con el emblemático hiphopero Pedro Mo en la canción “A botar la basura”, donde dice, en referencia a su abuela: “La vieja sabe que miente la radio, que miente la tele y que le miento yo”. A diferencia del siglo XX, la crítica incluye a quien critica, incluye al yo, algo impensable para nuestra tradición de izquierda hace tan sólo unas décadas atrás.
Otro ejemplo en este mismo sentido es el de la canción “Valor agregado”, que es una crítica a los anti valores competitivos del capitalismo neoliberal que no dejan lugar a relaciones personales sanas, basadas en el amor, pero también y al mismo tiempo a discursos y prácticas de militancia que bajo lemas altruistas han encubierto una idéntica incapacidad de generar y sostener relaciones personales sanas.
Jorge logra el arte de trasmitir todo esto sencillamente, subordinando el filósofo de su formación universitaria al trovador y su arrolladora vocación popular. Lejos de esa incapacidad de comunicarse que algunos pretenden elevar a la categoría de erudición, Jorge se deja entender casi sin requisitos de formación previa, incluso cuando nos habla de Nietszche, el controvertido y rompedor filósofo alemán de fines del siglo XIX, a quien llama en el disco como “Federico” “faite” o “bandolero”.
En ese mismo sentido, abundan las alusiones a dios y a personajes bíblicos -algo que indefectiblemente me recuerda la obra del gigante compositor peruano, Manuel Acosta Ojeda-, y que representan el uso afortunado de códigos culturales, más que religiosos o históricos, que se comparten y conectan con toda la población del Perú, de América Latina y gran parte del mundo actual.
A ello se suma otro rasgo de esta obra de Jorge que lo pone en lo que yo llamo la crítica del siglo XXI, y que lo conecta también con amplias mayorías de personas: la alegría. Que se ejerce sin permiso, ni del poder económico y represivo que nos oprime, ni de esa intelectualidad que pretendió que para ser críticos había que ser tristes y amargos. Enemigos de la injusticia, extraviaron el camino y se hicieron también enemigos de la alegría de vivir.
Incluso en este disco centrado en la crítica, la propuesta revolucionaria de Jorge, aunque necesariamente negadora de lo mucho que está mal, es finalmente convocante, afirmativa, alegre. Se las arregla para hacer resistencia a esa tradición que quiere que el precio de la dignidad sea la amargura. Se rebela también contra ella, como si se tratara de un mal dios o de un padre equivocado.
Esto, antes que nada, está en sus melodías, cuyo espíritu es mayoritariamente agradable y alegre, como ya comentamos. Pero también en sus mensajes. Si Jorge es el cronista de cansancios y dolores, lo es igual de las agitaciones del amor y del deseo. Se hace también el vocero, como dicen sus canciones en este disco, de “Apolos y Dionisios”, “besos tibios, mojados de eternidad”, “sonrisas que te di”, “soles que dicen en tus ojos”, “flores que crecen sin permiso” y “filósofos que se matan de risa”.
Termino por el principio.
La primera vez que escuché partes adelantadas de este disco, antes de estar terminado siquiera, me golpeó fuertemente una de sus canciones, me tocó emocionalmente de manera inmediata: “Para una crítica de la resignación”. Me dije: “es mi canción”, “es la canción de mi generación”. Vengo de Chile, pero hablo de una generación también peruana y latinoamericana, que ha travesado un mismo río de esperanzas y sacrificios en toda Nuestra América.
Tomo como una señal significativa que, coincidentemente, sea la canción más colectiva y generacional del disco, en que cantan junto a Jorge los talentosos Pedro Novoa y Yuri Boluarte, la soberbia Consuelo Romero y el maestro Omar Camino. Se trata de una canción cuya melodía hermosa y reflexiva, acompaña el relato de todos los intentos derrotados, las esperanzas frustradas, los caminos extraviados, los cariños perdidos, la fe desbaratada. Es la pintura del naufragio y de los restos de ese naufragio, político y personal, en que a veces veo a mi generación.
Pero no es el inventario que precede a la liquidación de la voluntad. Ni la lamentación que justifica la renuncia a la dignidad y la indignación. Es un reconocimiento sincero y redentor para afirmar la voluntad y el compromiso de la manera más libre imaginable.
Si en siglos anteriores se creyó afirmar los compromisos en visiones mecánicas de la historia que garantizaban un triunfo inevitable, prácticamente automático, ahora sabemos que no hay garantías, que nosotros hacemos la historia y somos responsables, que sí, que la derrota es una posibilidad. Ahora, nuestros compromisos nacen, y deben nacer, de la libre opción por lo que es correcto, lo que es ético, lo que debe prevalecer y prevalecerá por el bien de la vida.
Por eso, sin necesidad de dioses ni garantías mecánicas de la historia, a pesar de la más legítima tristeza; como dijo Salvador Allende: “con más pasión y más cariño, con calma, con absoluta tranquilidad”; decimos con Jorge Millones en su disco: “Aquí nadie se rinde, aquí está el corazón”.
Gracias, Jorge.
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