El Buen Vivir es esencialmente una
propuesta de nuevo paradigma ético civilizatorio, con implicancias políticas,
económicas y culturales, que rescata la ancestral experiencia de los pueblos
indígenas latinoamericanos, especialmente andinos, y lo re elabora como parte
de las respuestas posibles a la actual crisis múltiple, civilizatoria, que la
comunidad humana de destino enfrenta hoy debido al agotamiento del todavía
hegemónico orden civilizatorio capitalista y sus pilares ideológicos originados
en la modernidad europea, globalizada como “universal”. Se trata entonces de
una propuesta estrechamente vinculada al pasado ancestral pero también
simultáneamente nueva, emergente, como legados que reverdecen para alimentar las
búsquedas plurales hacia el futuro.
El núcleo fundamental de este paradigma está en un
conjunto de regulaciones sociales, espirituales, políticas y culturales,
formadas en una continuidad de miles de años de desarrollo cultural andino
anterior a la llegada del poder colonial europeo, y que implican un radical
“otro lugar” ideológico, espiritual y material, diferente y opuesto al que
hemos asumido hegemónicamente durante los últimos cinco siglos. Un ejemplo,
nada más, es el del concepto de “cultura”, que por definición en nuestra actual
civilización es únicamente propia de las personas humanas, sólo ellas tienen
cultura. En la civilización ancestral andina que inspira el Buen Vivir, la
naturaleza y las espiritualidades, una piedra, un río, un árbol, una llama, un
ancestro, el sol, la luna, la serpiente, también tienen cultura, sienten,
interactúan, hablan y dialogan, reciprocan de manera horizontal con las
personas humanas. Objetivamente, un hueso duro de roer, que exige un profundo
esfuerzo adicional de comprensión y que nos muestra que es en esa radical
“otredad” donde se encuentran los principales obstáculos, incomprensiones y
riesgos del Buen Vivir, pero al mismo tiempo también su gran capacidad de
aportar a la superación de la crisis civilizatoria, precisamente por hablarnos
y permitirnos mirar desde otro lugar, distinto al que ha generado y mantiene la
aguda crisis actual.
Al lado de eso, es un hecho también
que esta propuesta de paradigma implica potenciales riesgos de idealización, malinterpretación,
limitaciones e insuficiencias, ¿pero qué pensamiento, propuesta y paradigma no
los tiene? Su valor radica justamente en que los principios reguladores
ancestrales que lo inspiran no se elaboran a partir de sociedades ideales,
perfectas, “paradisíacas”, ni pretenden servir de base a una. Sino de
sociedades con relaciones de dominación y conflicto, que dentro de esa
imperfección supieron, de manera inédita y alternativa a la hegemónica,
encontrar otros modos mucho más equilibrados de relacionarse entre los seres
humanos y con la naturaleza, en el marco de un intensivo y extensivo uso de
ciencia y tecnología al servicio de una creciente productividad y bienestar
material. Su mayor valor está justamente en mostrar que la perfección no es una
condición para lograr ese equilibrio y ese bienestar.
Uno de los ámbitos donde la crisis
actual es más evidente y cuya gravedad ha puesto a la humanidad en el sendero
de amenazar su propia existencia futura, es el de las relaciones de las
sociedades humanas con la naturaleza. A su base está el predominio de una
visión de estas relaciones surgida en la modernidad europea e impuesta hegemónicamente
en el mundo. En ella, muy esencialmente, los seres humanos se consideraron como
separados, distintos y superiores a la naturaleza, a la cual se conceptuó como
una enemiga a vencer y dominar, como una cosa u objeto sin derechos y destinada
a ser propiedad y provecho de los seres humanos. Se trató de un radical humano
centrismo, ligado a la idea de que los avances tecnológicos eran al mismo tiempo
la prueba de la superioridad y el dominio del ser humano sobre la naturaleza,
así como la garantía de un crecimiento incesante de la producción, acumulación
y consumo de riqueza económica, que devino en sinónimo de progreso, desarrollo
y felicidad. Conjuntamente, criterios racistas actuaron como ordenadores en
jerarquía de culturas y pueblos, según su diferencia con los pueblos europeos
dominantes, inferiorizándolos, asimilándolos con la naturaleza y haciéndolos
compartir su suerte de negación, explotación y exterminio.
Opuestamente, el Buen Vivir nos habla
de una equivalencia, incomplitud y reciprocidad fundamental e inviolable entre
los seres humanos, la naturaleza y el cosmos; de inmanentes regulaciones que
garantizan la auto limitación productiva de acuerdo al equilibrio en esas
interacciones; y de un concepto de felicidad basado en la armonía de los
sentimientos, el bienestar material de todos, el respeto a todas las formas
culturales y pueblos, y el manejo equilibrado del conflicto.
El Buen Vivir es una propuesta en construcción,
plural y mestiza, cuya vocación es dialogar horizontalmente con múltiples otras
en el camino para superar ese humano centrismo, y esa jerarquización negadora de
la diversidad de pueblos y culturas, sobre la conciencia creciente de que en
realidad los seres humanos son una totalidad internamente diversa, una
comunidad de destino ricamente diferenciada, y también parte inseparable, en
permanente interacción mutua, con la naturaleza y el cosmos. No sólo como
respuesta puramente instrumental ante las evidencias de la terminal crisis
ambiental, sino por los nuevos conocimientos de muchas disciplinas, que nos
muestran que, a un nivel hondo y elemental de la realidad, todo, incluyéndonos,
se encuentra infinitamente interconectado.
Ricardo
Jimenez A.
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