miércoles, 20 de noviembre de 2013

CARTA SIN DIRECCIÓN A MANUELA SÁENZ


Entrañable Manuela:
No sabíamos a qué dirección exactamente escribirte esta carta. Queríamos decirte tantas cosas que se nos caen de los bolsillos del corazón, pero no sabíamos dónde escribirte.
¿Dónde escribirte? Tal vez a Paita en Perú, lugar donde físicamente desapareciste, castigada con el abandono, la miseria, la calumnia y el olvido, por el pecado de estar del lado de los pueblos y ser enemiga de las repúblicas traidoras de la independencia, de la igualdad y de la unidad continental, a las que tanto amaste.   
¿A Paita?, donde al igual que el Che durante muchas décadas, tus restos físicos no han podido ser hasta ahora encontrados, arrojados a un descampado. Al igual que con él, todo un símbolo del odio y del miedo que inspiraste a las castas dirigentes y anti populares.
Ya lo sabía el poeta chileno universal, Pablo Neruda, cuando te nombró “La insepulta de Paita” y nos contó: “Yo les pregunté por Manuelita, la bella enterrada, pero ellos no sabían el nombre de las flores”.
¿Dónde escribirte? Tal vez a alguna calle quiteña donde los hijos de la oligarquía te gritaban “hija de barragana”, porque el amor de tus padres no pago los impuestos morales de la ley colonial, sin saber los muy…  que te formaban como la más formidable enemiga del privilegio y la exclusión.  
O quizás al convento de Santa Catalina del que te expulsaron porque decidiste ser atea, o elevar tu voz a los dioses de estas y otras tierras, a los Achachilas de Los Andes y al  Cristo de la cruz de tus desvelos.
¿Dónde escribirte? Seguramente no a la casa que compartiste con ese marido por conveniencia al que te unió tu padre y al que abandonaste para fundir tu corazón con el corazón del vidente primero.
Tal vez debamos hacer llegar esta carta a los añosos callejones aprendidos de memoria, o las nocturnas playas donde cabalgabas sigilosa, manejando con arte la espada, la pistola y el secreto, en la guerra de zapa de San Martín en Perú contra colonialistas y traidores.
O a los patios donde planeabas la igualdad y la unidad continental con Simón Rodríguez, José de Sucre y Bernardo de Monteagudo, tus entrañables hermanos de lucha y destino.
O al campo de Junín donde gritaste: “¡Pongo por desgracia mi sexo!” porque Bolívar, movido por su amor, hizo valer tu cargo de archivera en el estado mayor patriota para impedirte combatir en la primera línea como tanto querías.
O al campo de Ayacucho, donde al fin sí pudiste combatir como lancera a caballo, porque los traidores oligarcas obligaron a Bolívar a marchar a Colombia para que no recibiera la gloria de ese triunfo final decisivo.  
O a ese desierto, que tenía la exacta dimensión de tu nostalgia por Bolívar, y que atravesaste ya desterrada como “extranjera” por los nuevos dueños de los países a cuya libertad entregaste tu vida.
Queríamos decirte tantas cosas que nos brotan hoy, como raíces y como ramas, a los pueblos, a tus pueblos.
Contarte que así como Fidel encontró el grado póstumo exacto para el Che, cuando parecía que ya no había uno suficiente: el de artista. Así tu pueblo, después de “libertadora del Libertador”, “caballereza del sol“, “capitana” y “coronela”,  te ha nombrado: “Generala” y “Luz Morena”.
Ahora lo comprendemos. Al igual que el Che, estás en todas partes.
No importa a qué dirección escribirte exactamente. Lo que importa es contarte que ahora sabemos como tú, cada vez más, que nuestro país es el continente de la América y hemos nacido bajo la línea del Ecuador. Que si no hay justicia, soberanía e igualdad, ¿entonces, para qué sirvió la independencia?
Lo importante no es dónde estás tú, sino dónde estamos nosotros y, sobre todo, cómo respondemos a la pregunta que nos enseñaste: “¿Qué debemos hacer para protestar frente a la realidad y vencerla?”

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