Entrañable Manuela:
No sabíamos a qué dirección exactamente escribirte esta carta.
Queríamos decirte tantas cosas que se nos caen de los bolsillos del corazón,
pero no sabíamos dónde escribirte.
¿Dónde escribirte? Tal vez a Paita en Perú, lugar donde físicamente
desapareciste, castigada con el abandono, la miseria, la calumnia y el olvido,
por el pecado de estar del lado de los pueblos y ser enemiga de las repúblicas
traidoras de la independencia, de la igualdad y de la unidad continental, a las
que tanto amaste.
¿A Paita?, donde al igual que el Che durante muchas décadas, tus
restos físicos no han podido ser hasta ahora encontrados, arrojados a un
descampado. Al igual que con él, todo un símbolo del odio y del miedo que
inspiraste a las castas dirigentes y anti populares.
Ya lo sabía el poeta chileno universal,
Pablo Neruda, cuando te nombró “La insepulta de
Paita” y nos contó: “Yo les
pregunté por Manuelita, la bella enterrada, pero ellos no sabían el nombre de
las flores”.
¿Dónde escribirte? Tal vez a alguna calle quiteña donde los hijos de
la oligarquía te gritaban “hija de barragana”, porque el amor de tus padres no
pago los impuestos morales de la ley colonial, sin saber los muy… que te formaban como la más formidable
enemiga del privilegio y la exclusión.
O quizás al convento de Santa Catalina del que te expulsaron porque
decidiste ser atea, o elevar tu voz a los dioses de estas y otras tierras, a
los Achachilas de Los Andes y al Cristo
de la cruz de tus desvelos.
¿Dónde escribirte? Seguramente no a la casa que compartiste con ese marido
por conveniencia al que te unió tu padre y al que abandonaste para fundir tu
corazón con el corazón del vidente primero.
Tal vez debamos hacer llegar esta carta a los añosos callejones aprendidos de memoria, o las nocturnas
playas donde cabalgabas sigilosa, manejando con arte la espada, la pistola y el
secreto, en la guerra de zapa de San Martín en Perú contra colonialistas y
traidores.
O a los patios donde planeabas la igualdad y la unidad continental con
Simón Rodríguez, José de Sucre y Bernardo de Monteagudo, tus entrañables
hermanos de lucha y destino.
O al campo de Junín donde gritaste: “¡Pongo por desgracia mi sexo!”
porque Bolívar, movido por su amor, hizo valer tu cargo de archivera en el
estado mayor patriota para impedirte combatir en la primera línea como tanto
querías.
O al campo de Ayacucho, donde al fin sí pudiste combatir como lancera
a caballo, porque los traidores oligarcas obligaron a Bolívar a marchar a
Colombia para que no recibiera la gloria de ese triunfo final decisivo.
O a ese desierto, que tenía la exacta dimensión de tu nostalgia por
Bolívar, y que atravesaste ya desterrada como “extranjera” por los nuevos
dueños de los países a cuya libertad entregaste tu vida.
Queríamos decirte tantas cosas que nos brotan hoy, como raíces y como
ramas, a los pueblos, a tus pueblos.
Contarte que así como Fidel encontró el grado póstumo exacto para el
Che, cuando parecía que ya no había uno suficiente: el de artista. Así tu pueblo,
después de “libertadora del Libertador”, “caballereza del sol“, “capitana” y
“coronela”, te ha nombrado: “Generala” y
“Luz Morena”.
Ahora lo comprendemos. Al igual que el Che,
estás en todas partes.
No importa a qué dirección escribirte
exactamente. Lo que importa es contarte que ahora sabemos como tú, cada vez
más, que nuestro país es el continente de la América y hemos nacido bajo la
línea del Ecuador. Que si no hay justicia, soberanía e igualdad, ¿entonces,
para qué sirvió la independencia?
Lo importante no es dónde estás tú, sino
dónde estamos nosotros y, sobre todo, cómo respondemos a la pregunta que nos
enseñaste: “¿Qué debemos hacer para protestar frente a la realidad y vencerla?”
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