Aunque
Simón Bolívar como guerrero y estratega peleó más batallas y en una extensión
más grande de tiempo y terreno que todos sus antecesores y contemporáneos,
incluidos Alejandro Magno y Napoleón Bonaparte, y a diferencia de éstos, no lo
hizo para conquistar sino para liberar pueblos, también se dio tiempo y
evidenció el genio de, al mismo tiempo, pensar y escribir una obra intelectual
y política de alrededor de 10 mil páginas.
En
ella, entre múltiples otros aportes vigentes e imprescindibles para las
actuales luchas de emancipación de los pueblos, están sus reflexiones sobre lo
que él llamó, en una célebre metáfora que pasaría a la historia, “las
construcciones de repúblicas aéreas”.
Esa
reflexión, la elabora Bolívar en 1812, como balance de la caída del segundo
intento de gobierno independentista en Venezuela (y varios otros países
Latinoamericanos), en un documento fundamental y, lamentablemente, todavía en
muchos casos vigente: el “Manifiesto de Cartagena”.
En
ellos, no se deja arrastrar por el desánimo propio de la dura derrota que llevó
a tantos otros a recriminaciones nubladas por el resentimiento y las
atribuciones de culpabilidades personales, sino que se pone por encima para
describir y criticar procesos y métodos causantes de un revés que, aunque
innegablemente grave, considera inapelablemente transitorio.
Refiere
centralmente a un problema que no tiene soluciones fáciles, pero que exige
antes que nada tomar conciencia de él para reflexionarlo seriamente y
abordarlo. Es la tensión y la búsqueda de un equilibrio eficaz entre el ímpetu
revolucionario que lucha por romper lo viejo y avanzar a la construcción de lo
nuevo, pero sin desbarrancarse en el abismo, demasiado tentador para algunos,
de elaborar propuestas tan atractivas intelectualmente como sin piso real para
realizarse, que terminan perjudicando de hecho y gravemente la lucha por el
cambio.
Se
trata de una tendencia, casi irrefrenable en ciertos sectores revolucionarios,
a confundir realidad con deseos y dedicarse a trazar los más elevados y
perfectos planes de construcción social y política, tan irrealizables en las
prosaicas, limitadas e imperfectas circunstancias de la realidad, como
perjudiciales para librar las batallas y alcanzar las metas, más limitadas e
imperfectas pero urgentes del momento.
La
“construcción”
Entre
los aspectos más centrales de estas corrientes aéreas estaba el de la
perfección de los métodos y las propuestas, elaboradas en las cabezas y los
escritos de intelectuales y que así, en el mundo platónico de las ideas, eran
innegablemente válidas y deseables, pero que no contaban con piso real para
realizarse en la conciencia y las condiciones materiales de las mayorías, o de
siquiera en parte significativa de la población.
Dice
Bolívar en su balance: “Los
códigos que consultaban nuestros magistrados no eran los que podían enseñarles
la ciencia de la práctica…, sino los que han formado ciertos buenos visionarios
que, imaginando repúblicas aéreas, han procurado alcanzar la perfección
política… Por manera que tuvimos filósofos por jefes, filantropía por
legislación… y sofistas por soldados”.
Cuando
urgía ganar en la conciencia de las mayorías y en la realidad material los
mínimos necesarios de apoyos para formar ejércitos, librar batallas, parar y
derrotar el avance del enemigo (en ese caso, el español), se malgastaron
tiempos y esfuerzos en grandes y hermosas propuestas programáticas y de
métodos, que la inmensa mayoría no compartía o ni siquiera comprendía; el
resultado fue la más aplastante derrota.
Otras
realidades
Muchas
de estas propuestas aéreas, o eran tomados de ideas de filósofos, o de otras
realidades absolutamente diferentes de las propias, como lo describe Bolívar: “Con estos antipolíticos e
inexactos raciocinios, fascinaban a los simples pero no convencían a los
prudentes que conocían bien la inmensa diferencia que hay entre los pueblos,
los tiempos y las costumbres de aquellas repúblicas y las nuestras”.
Frente
a este deslumbramiento por logros hechos por otros pueblos, en otras realidades
muy diferentes y en otros niveles de conciencia, Bolívar concluye llamando a
poner los pies en la tierra, a través del análisis serio de la propia realidad, señalando que toda propuesta “es
preciso que… se identifique, por decirlo, así al carácter de las circunstancias,
de los tiempos y de los hombres…”.
El
sectarismo
Otro
rasgo que Bolívar identifica en estas construcciones aéreas es el sectarismo de
sus propulsores y su disposición irresponsable a sacrificar los objetivos
vitales e inmediatos de la lucha en pos de sus propuestas. Es el caso, en esa
segunda república, de las elecciones democráticas para elegir autoridades, que
dada las realidades de atraso en la conciencia de las mayorías y de
irresponsabilidad de los líderes de facciones, terminaron sembrando de hecho un
proceso de divisiones incontrolables en el campo patriota: “Los unos son tan ignorantes que
hacen sus votaciones maquinalmente, y los otros tan ambiciosos, que todo lo
convierten en facción… el espíritu de partido decidía en todo, y por consiguiente
nos desorganizó más de lo que las circunstancias hicieron”.
Mientras
que algunos, arrastrados por el desánimo y los resentimientos, llegan a
“celebrar” la derrota patriota y el triunfo del enemigo, redoblando su
actividad para acentuar esas divisiones, Bolívar al contrario señala: “Nuestra división, y no las armas españolas,
nos tornó a la esclavitud… las facciones internas… en realidad fueron el mortal
veneno que hicieron descender la patria al sepulcro”.
Instrumento
Con
este análisis como instrumento útil, Bolívar logró superar ésa y otras futuras
graves derrotas y desarrollar la conciencia de mayorías y las condiciones
materiales mínimas para derrotar finalmente al dominio colonial español.
Entregando
además un proyecto de soberanía, justicia y unidad continental que, en lo
esencial, aún hoy guía las luchas y procesos emancipatorios latinoamericanos.
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