“Parece que el intento de usted es forzarme a que alterne los insultos: No lo haré; pero si protesto a usted, que no permitiré se ultraje ni desprecie al gobierno y los derechos de Venezuela… Lo mismo es para Venezuela combatir contra España que contra el mundo entero, si todo el mundo la ofende”.
“El valor y la habilidad, señor Agente, suplen con ventaja al número. ¡Infelices los hombres si estas virtudes morales no equilibrasen y aún superasen las físicas! El amo del reino más poblado sería bien pronto señor de toda la tierra. Por fortuna se ha visto con frecuencia a un puñado de hombres libres vencer a imperios poderosos”.
Son las palabras del Libertador Simón Bolívar, en cartas de 7 y 12 de octubre de 1818, respectivamente, al agente de Estados Unidos, John Baptist Irvine, que ya en esa temprana época ensayaba la pretensión injerencista de subordinar por la prepotencia al pueblo de Venezuela que libraba una cruenta guerra por su primera independencia de España.
Sin ninguna duda, son también un recado, uno muy claro, que Bolívar dejó para Donald Trump, los halcones del Pentágono, sedientos de sangre y petróleo, y los títeres pseudo fascistas (porque el fascismo, con todo lo horroroso que fue, era al menos soberano) en Brasil, Argentina, Chile, Perú y otros gobiernos lacayos de turno.
Estos últimos, indecorosos testaferros de la derecha latinoamericana, son la evidente confirmación de las palabras de Bolívar sobre la geopolítica continental que han de seguir nuestros pueblos: “La Alianza americana debe contar con su absoluta independencia de toda potencia extranjera… formado una vez el pacto con el fuerte ya es eterna la obligación del débil”, expresadas en Carta desde Guayaquil a Bernardo Monteagudo del 5 de agosto de 1825.
Aunque ni siquiera las intrigas del más indigno de los latinoamericanos, Luis Almagro (Almugre), han logrado el mamarracho de que la Organización de Estados Americanos (OEA) reconozca oficialmente al auto proclamado “presidente” derechista de Venezuela, ha quedado en evidencia el carácter neo colonial que Estados Unidos le impone a esta “alianza de los débiles con el fuerte”, confirmando empíricamente la incontestable tesis de Bolívar.
El incidente
El incidente que motivó la histórica carta del Libertador ante el intervencionista norteamericano es en sí mismo una metáfora de lo que ocurre hoy mismo en Venezuela. Libraban entonces los patriotas venezolanos y latinoamericanos una guerra de independencia contra el imperio colonial español, sufriendo las más inenarrables penurias económicas y ataques violentos de los colonialistas.
Una situación que vive hoy de nuevo, dos siglos después, Venezuela. Aunque los monopolios de comunicación masivos se cuidan muy bien de señalar que son, precisamente, los injerencistas y golpistas los causantes de esas penurias económicas y esas violencias.
El éxito transitorio que éstos logran en instalar una matriz de opinión masiva única, lo explicaba ya Bolívar, en su mensaje al Congreso de Angostura en 1819, con palabras de certera vigencia: “y si la costumbre de mirar al género humano conducido por pastores de pueblos, no disminuyese el horror de tan chocante espectáculo, nos pasmaríamos al ver nuestra dócil especie pacer sobre la superficie del globo como viles rebaños destinados a alimentar a sus crueles conductores”.
No es algo nuevo. Desde las rebeliones lideradas por Espartaco y Tupac Amaru, hasta la Comuna de Paris y la República española, la formula de estrangulamiento económico y ataques violentos, con campañas mediáticas para culpar a las propias víctimas del descalabro, es la que usan siempre los poderosos para aplastar todo asomo de rebelión a sus designios.
De allí que Bolívar se definiera a sí mismo con palabras que parecieran definir la tenaz lucha de su pueblo hoy: “Yo soy el hombre de las dificultades y no más: no estoy bien sino en los peligros combinados con los embarazos”, en carta desde La Paz a Francisco de Paula Santander de 8 de septiembre de 1825.
En ese contexto, entre largas otras pobrezas, carecía el artesanal ejército libertador de fuerza naval de combate. Contaba, sin embargo, con los jinetes del líder llanero José Páez, acostumbrados desde antiguo a seis meses de inundaciones todos los años. Bolívar creó entonces la “División de Caballería nadadora”, única en el mundo. Los combatientes de ésta se arrojaban a ríos tan caudalosos como el Apure y –como señala el testigo Roberto Cunninghame- “con lanzas en los dientes desafiaban caimanes y abordaban buques y flecheras”, capturando naves enemigas.
Así ocurrió en 1818 con dos goletas norteamericanas, la Tigre y la Libertad, que por el río Orinoco llevaban armas y alimentos al ejército colonialista español en la región de Angostura, burlando el bloqueo públicamente decretado por los patriotas. Como lo describió Bolívar, en carta al agente Irvine de 29 de julio de 1818: “han intentado y ejecutado burlar el bloqueo y el sitio de las plazas de Guayana y Angostura para dar armas a unos verdugos y para alimentar unos tigres, que por tres siglos han derramado la mayor parte de la sangre americana ¡la sangre de sus propios hermanos!”.
Requisadas las naves, por este procedimiento táctico de Bolívar, el entonces naciente imperio del norte, a través del agente Irvine, inició un intercambio de cartas con el Libertador para imponer la devolución de los pertrechos. En ellas, la burla a su inusitada y sencilla “unidad militar” se combinaba con amenazas y chantajes.
La respuesta del Libertador, en las ya citadas cartas al agente norteamericano, permite comprender la actitud de su pueblo hoy y representan una advertencia que a los injerencistas actuales les convendría sopesar.
Son también una prueba lapidaria de la falsedad patética del auto proclamado presidente derechista venezolano, cuando pretende colgarse de la imagen de Bolívar para hacer exactamente todo lo contrario. Un contrabando histórico que denunció con inigualable claridad y belleza la obra del cantor venezolano Alí Primera (especialmente en su “Canción bolivariana” del año 1983).
Una política
Para quienes pudieran pensar que se trata en todo caso de un incidente aislado y no de una política permanente del Libertador frente a las prepotencias del gigante egoísta del norte, conviene citar las palabras de Bolívar, en carta al mismo agente Irvine en carta de 20 de agosto de 1818, denunciando las políticas de Estados Unidos, que movidas por contubernios y negociaciones con España, castigaban a ciudadanos norteamericanos que decidieran apoyar a los independentistas latinoamericanos:
“Hablo de la conducta de los Estados Unidos del Norte con respecto a los independientes del Sur, y de las rigurosas leyes promulgadas con el objeto de impedir toda especie de auxilios que pudiera procurarnos allí. Contra la lenidad de las leyes americanas se ha visto imponer una pena de diez años de prisión y diez mil pesos de multa, que equivale a la muerte, contra los virtuosos ciudadanos que quisiesen proteger nuestra causa, la causa de la justicia y de la libertad, la causa de América”.
Dos años después del incidente con Irvine, Bolívar reafirma esta convicción, en carta desde San Cristóbal a José Rafael Revenga, de 25 de mayo de 1820: “Jamás conducta ha sido más infame que la de los americanos con nosotros: ya ven decidida la suerte de las cosas y con protestas y ofertas, quién sabe si falsas, nos quieren lisonjear para intimidar a los españoles y hacerles entrar en sus intereses”.
Hacia el final de su vida, el Libertador comprende a cabalidad la larga marcha de sufrimientos que nuestros pueblos habrán de atravesar para librarse de la larga sombra imperial norteamericana, sus políticas de saqueo, sus gobiernos títeres, sus invasiones directas, sus golpes de estado y sus dictaduras. Así lo expresa en carta desde Guayaquil al coronel Patricio Campbell, de 5 de agosto de 1829: “y los Estados Unidos, que parecen destinados a plagar la América de miserias a nombre de la libertad”.
Finalmente, a confesión de parte, relevo de prueba. Son numerosos los partes de guerra e informes de espías a sueldo y mercenarios de EE.UU., a lo largo de la lucha de Bolívar, conservados hasta hoy y que testimonian una sistemática labor de sabotaje y desprestigio contra los planes de Bolívar, fracasada la táctica de ganarlo con sobornos y prepotencias.
Solo un ejemplo, curiosamente desde Lima, que hoy da nombre al infame grupo de países títeres de la agresión imperial. El 3 de febrero de 1827 el cónsul de EE.UU. en Lima, William Tudor, envió al Departamento de Estado una carta a raíz del fracaso transitorio del “Congreso Anfictiónico de Panamá”, el gran proyecto de Bolívar para gestar la unión latinoamericana.
En la carta señala literalmente: “La esperanza de que los proyectos de Bolívar están ahora efectivamente destruidos es una de las más consoladoras. Esto no sólo es motivo de felicitación en lo relativo a la América del Sur, liberada de un despotismo militar y de proyectos de insaciable ambición que habrían consumido todos sus recursos, sino que también Estados Unidos se ve aliviado de un enemigo peligroso en el futuro... Si hubiera triunfado estoy persuadido de que hubiéramos sufrido su animosidad”.
¿Hace falta más para saber de qué lado debemos estar los/as latinoamericanos/as y las personas honradas del mundo?
Ricardo Jiménez A.
Ricardo Jiménez A.
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