“Yo les pregunté por Manuelita… la
bella enterrada…
pero ellos no sabían el nombre de
las flores”
Pablo
Neruda
Quiteña, hija
“bastarda”, fuera del matrimonio legal, del regidor de Quito, Simón Sáenz con
su madre Joaquina Aizpuru, a quien despreciativamente la oligarquía llamaba la
“barragana” (conviviente). Recibió de su padre, sin embargo, el privilegio de
la mejor educación disponible -para los hombres- en la época.
Fue recluida en el Convento de Santa Catalina por su rebeldía a
las convenciones sociales patriarcales y machistas, ejerciendo libremente su
vida sexual, que incluía según varios investigadores, el lesbianismo.
Finalmente, fue expulsada del Convento. Más tarde le escribirá a su ex marido: “usted
es anglicano, yo atea” (1823). A los 20 años de edad, fue casada en
matrimonio por conveniencia con James Thorne, acaudalado médico inglés de 50
años.
Vivió 7 años en Lima, donde formó parte de la “Red de guerra de
zapa” de San Martín y Monteagudo. Un tipo de guerra que se lleva adelante en
desventaja material y donde lo principal son operaciones de sabotaje, la
conspiración y la propaganda política. Era hermana de José María Sáenz, uno de
los oficiales del batallón “Numancia”, el de más alta élite militar en el
ejército realista, estacionado en Lima, por lo que Manuela participó en la
llamada “operación Cervantes” para pasar a este ejército a las filas de la
revolución, lo que finalmente ocurrió.
Recibió la Orden de Caballereza del sol por esos servicios a la
revolución de parte del gobierno revolucionario peruano de San Martín. Por este
hecho, más tarde, Bartolomé Mitre, historiador y presidente de la Argentina
oligárquica, etnocida y centralista, y declarado enemigo y calumniador de San
Martín, se escandalizará de la orden por considerarla propia de indígenas y peor
aún, por incluir a las mujeres: “Como complemento de ese plan de
aristocracia indígena, hizo extensivos a la mujer sus honores y privilegios” (1950).
Manuela regresó a Quito, donde alojó en su casa a José de Sucre y
surgió una amistad y compañerismo permanente entre ambos. Prestó servicios y entregará su fortuna personal para el
Ejército Libertador que sellará en la batalla de Pichincha (1822) la
independencia de Ecuador, su patria de nacimiento. El joven y frugal Sucre,
ascendido a general revolucionario a los 21 años, es uno de los más claros
partidarios del proyecto de independencia con unidad continental y sobre todo
igualdad social. En 1825 escribe: “Cuando
la América ha
derramado su sangre por afianzar la libertad, entendió también que lo hacía por
la justicia, compañera inseparable la justicia de la libertad. Sin el goce
absoluto de ambas: libertad y justicia, habría sido inútil la emancipación” (1825).
Cinco años después de escribir estas hermosas profecías de justicia sería
asesinado por los enemigos del proyecto bolivariano.
Conoció y se hizo amante y compañera de
Simón Bolívar, abandonando para siempre a su esposo por conveniencia James
Thorne. Manuela, escribe orgullosa y desafiante a su ex esposo: “Me cree Ud. menos honrada por ser él mi
amante y no mi marido? ¡Ah! Yo no vivo de las preocupaciones sociales
inventadas para atormentarse mutuamente” (1823). Desde entonces acompañó al Libertador en todos sus proyectos
políticos y campañas militares.
Ella presentará a Bolívar con Bernardo
de Monteagudo, su amigo y compañero de lucha, veterano cuadro revolucionario de
la época de la primera revolución de mayo en las actuales Argentina y Bolivia,
dirigida por el mítico Mariano Moreno. Es también, más tarde, Ministro de San
Martín en Perú, y uno de los más brillantes promotores de la integración
continental latinoamericana y la justicia social. Llegará a ser un cuadro importante
del proyecto de Bolívar, y será asesinado en Lima en 1825.
En la batalla de Junín (1824), Bolívar
hace valer el grado de archivera del Estado Mayor Patriota de Manuela, y le
ordena no entrar en la primera línea de fuego, como deseaba ardientemente; ella
acata la orden superior, pero grita en protesta delante de todo el ejército: “¡pongo por desgracia mi sexo!”. Meses más tarde, estando ausente Bolívar porque los traidores
oligarcas hechos ya con el gobierno en Colombia le ordenan regresar allá para
impedirle la gloria de coronar la guerra de independencia, en Ayacucho, Manuela
combate como lancera a caballo (1824), con tal bravura que el Mariscal Sucre recomienda
su ascenso al grado de Coronela.
En las fases finales de la lucha por la
independencia, cuando ya se consolidan las fuerzas contrarias al proyecto de
soberanía, igualdad y continentalidad de Bolívar, Manuela salva en dos
ocasiones a Bolívar de atentados contra su vida, la según davez con la espada
en la mano. Bolívar la llamará “Manuelita”, la “Libertadora
del Libertador”. Debido a su carácter apasionado, impulsivo y a veces tumultuoso,
la llamará también “Mi amable loca”.
Ya derrotado completamente el proyecto
de Bolívar y cercano éste a su muerte, Manuela le escribe denunciando la
injusticia social de las repúblicas oligárquicas que traicionaron el proyecto
bolivariano: “Simón, Simón, ¿si nuestros indios siguen pidiendo limosna, si nuestros
niños siguen en la calle muriéndose de mengua, de qué sirvió la independencia?”
(1829).
Manuela es parte de la primera generación
revolucionaria patriota, derrotada y castigada junto a Bolívar por su proyecto
soberano, continental y de justicia social, por parte de las oligarquías
latinoamericanas y los poderes imperiales internacionales, que terminarán
derrocando, exiliando, asesinando o condenando a la miseria y la calumnia a José
de San Martín, José Artigas, José de Sucre, Bernardo O´Higgins, Simón Rodríguez.
También a Juana Azurduy, en la actual Bolivia, amiga de Manuela Sáenz. Y como Manuela,
compañera de un gran revolucionario: Manuel Padilla. Como Manuela, joven
rebelde expulsada de un convento. Como Manuela, combatiente, embarazada de
siete meses, en la batalla del Cerro de carretas. Ascendida también, al grado
de tenienta coronela, recibiendo en homenaje el regalo de su espada por parte
del general Manuel Belgrano, otro extraordinario revolucionario patriota, y el
homenaje personal de Bolívar y Sucre. Como Manuela, finalmente también fallecida
en el olvido y en la miseria por no ser parte de la traición de las repúblicas oligárquicas
y dependientes.
Manuela es encarcelada y acusada de
“extranjera” en Colombia, a lo que responde en un periódico: “Lo que sé es
que mi País es el continente de la
América y he nacido bajo la línea del Ecuador” (1830).
Se le destierra de Colombia y de
Ecuador. Tras tres años en Jamaica, se instala en Paita, puerto peruano,
acompañada sólo de sus fieles Nathán y Jonatás, dos antiguas esclavas negras compradas
por su padre, liberadas por ella y que permanecieron siempre a su lado como
compañeras de lucha y de vida.
En camino a encontrarse con ella allí
en Paita, morirá, también en la miseria y la soledad, el gran Simón Rodríguez, genial
maestro de Bolívar, su amigo y compañero de luchas. Entre otras precursoras
ideas, Rodríguez, adelantándose en un siglo a ese avance de la humanidad, y
quizás teniendo en mente a la joven Manuela casada por conveniencia por su
padre, había postulado: “Se ha de dar
instrucción y oficio a las mujeres, para que no… hagan del matrimonio una
especulación para asegurar su subsistencia” (Simón
Rodríguez. 1830).
En Paita también la visitará Garibaldi,
el héroe legendario de la independencia italiana, quien la llamará “la mujer más importante del siglo XIX”. En Paita, el 23 de
noviembre de 1856, morirá de difteria a los 59 años, sola y en la miseria,
atacada por la calumnia de las oligarquías latinoamericanas.
Sus restos fueron arrojados, no se sabe
con certeza si en fosa común o en un cerro baldío. Sus objetos personales,
incluyendo valiosa documentación histórica, fueron todas quemadas. Sus restos,
a pesar de esfuerzos de investigación y búsqueda, nunca fueron encontrados. En 2010, por iniciativa de los presidentes de
Ecuador, Rafael Correa, y de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez,
“restos simbólicos” de Manuela, tomados de una antigua fosa común en Paita
fueron trasladados a Venezuela y puestos junto a los de Bolívar, como fue su
deseo hace más de 160 años.
El 24 de mayo de 2007, aniversario de
la batalla de Pichincha, un hecho trascendente de justicia histórica y
simbólico de la soberanía y lucha libertaria de su pueblo, el presidente de
Ecuador, Rafael Correa, ascendió póstumamente a la Coronela al grado honorífico
de “Generala del Ecuador”. El Presidente
Correa la nombró además “Luz Morena”. Manuela es póstumamente una de las pocas
que han logrado ese máximo grado militar en América Latina. Con lo que aún
después de muerta sigue rompiendo las discriminaciones machistas.
Ella es el símbolo más alto de miles de
mujeres revolucionarias patriotas, protagonistas de la primera independencia y
su proyecto de soberanía, unidad continental y justicia social con justicia de
género, que han sido silenciadas por las historias oficiales de las repúblicas oligárquicas.
Numerosos intelectuales, historiadores y literatos progresistas y patriotas han
escrito y cantado su vida, su pensamiento y su lucha. El poeta chileno
universal, Pablo Neruda, le escribirá su poema “La
insepulta de Paita”, incluido en el Canto General. Allí
dice: “Yo les
pregunté por Manuelita… la bella enterrada…
pero ellos no sabían el nombre de las flores”.
Una carta de Manuela
Asegurada ya la independencia
colonial en toda Sudamérica con la victoria en la batalla de Ayacucho, Bolívar
al igual que los líderes de todas las nacientes repúblicas enfrenta el problema
de la definición de los límites de los Estados, que antes eran administraciones
dentro de la unidad colonial española. El
chovinismo localista y la falta de visión de líderes y pueblos, agitados y
digitados por los ambiciosos intereses de rancias o nacientes oligarquías
locales y ávidos poderes fácticos
extranjeros, han derrotado o tienen en
franca debilidad todos sus proyectos de unidad continental, soberanía y
justicia social.
En ese marco, recibe comunicación
del General Sucre desde el Alto Perú, actual Bolivia, informandole la convocatoria a sus
representantes para definir el destino de la región, hasta entonces formalmente
parte de los Virreinatos coloniales del Perú y del Río de La Plata.
El brillante y joven general
Sucre fue el más estrecho y leal militante del proyecto bolivariano, y en esta
ocasión, es casi la única vez que Bolívar le escribe una carta de reconvención
y molestia, señalándole que no estaba en sus atribuciones permitir o gestar tal
convocatoria. Ello muestra el deseo y plan de Bolívar de unificar y no de
fragmentar las repúblicas y desmiente tajantemente el error o mala intención
histórica difundidos por la oligarquía peruana de atribuir a Bolívar el
supuesto deseo y plan, por pura ambición y maldad, de “robar” Bolivia al Perú.
Más bien, como lo explica después
Sucre y lo hace aquí Manuela Sáenz, era incontenible esa voluntad de los
propios criollos altoperuanos. En esa realidad objetiva, Manuela Sáenz ve la
oportunidad política de crear un nuevo Estado, bajo el nombre simbólico de
Bolívar (que signifique un “amor irrefrenable por la libertad”), donde pueda construirse, casi
como en un laboratorio, el proyecto de soberanía, justicia e inclusión social,
que ha sido ya derrotado en el resto del continente. En una hermosa metáfora
del amor de pareja entre ella y Bolívar, ella compara este eventual Estado
republicano social con una hija de
ambos.
La
carta dice textualmente:
29 de febrero
de 1825
Mi
Libertador:
Sabe usted
cómo ansío compartir el nacimiento de la vida. Conoce las veces que levanté mi
voz airada por las condiciones ingratas que estamos compartiendo, de privación
de sentimientos, de distancias y de ausencias reiteradas. ¿Cómo cambiar el sino
que nos acompaña? ¿Qué debemos hacer para protestar frente a la realidad, y
vencerla? ¿No podré, con usted, caminar llevando de la mano la ilusión
convertida en la inocencia de voces infantiles? ¿Es que no fuimos elegidos para
ser, además de amantes, hombre y mujer, padre y madre?
He
interpelado a los Dioses de estas y otras tierras. Mi voz la han escuchado, si
existen, los Achachilas de los Andes y el Cristo de la cruz de mis desvelos.
Vea usted la fuerza que sale a borbotones del pecho que le da ritmo a su
sangre, y que termina convertida en remanso cuando acepto resignada que otros
son los mandatos que debo cumplir en este tiempo.
Y cuando llego a ese punto de sosiego, otra vez me vienen los rumores que
acompañan mis angustias y me mantienen en vela buscando otras respuestas. No
utilice su energía para reprender el acto de amor que voy a relatarle.
He recogido de usted la necesidad de encontrarle solución política a las
diferencias que mantienen los patriotas de Lima y del Río de la Plata. En medio de
ellas, están las provincias del Alto Perú, primeras en levantar las banderas de
la libertad y las que mayor dificultades están debiendo sortear para
alcanzarla.
La posición reflexiva del General San Martín en Guayaquil
hace tres años, fortalece la necesidad de resolver la situación del Alto Perú
con un estatuto político que le faculte a desarrollarse, respetando la decisión
que le han hecho saber con insistencia y firmeza sus representantes. Por eso
resulta injusta la airada comunicación que le hiciese llegar al General Sucre
por la convocación a los diputados del Alto Perú a discutir su destino.
Si usted escucha la voz de su experiencia, desde Charcas, La Paz y Potosí, será más fácil
establecer una relación positiva con V.E., que desde otras ciudades que
mantienen algunas dificultades para resolver sus propias diferencias. Pero, y
lo más importante, permitiría la construcción de un nuevo Estado en el que
usted podría, desde el inicio, desarrollar la fuerza de la libertad sin las
mezquindades que enfrenta permanentemente en la Gran Colombia.
Esta república podría servirle para plasmar en ella los
modelos democráticos tan caros a sus sueños y alejar las insinuaciones que
rechaza tan airado cuando pretenden cambiar su condición de ciudadano por otra
similar a la que termina de vencer.
Un pueblo agradecido con su espada y su voluntad de usted, puede ser el abono
más extraordinario para que fortalezcan la justicia y las instituciones
republicanas. He recogido de manera reservada algunas opiniones de la gente que
le es fiel, y comparten el entusiasmo de ver nacer un estado con su nombre que
tenga de usted el amor irrefrenable por la libertad.
Por eso le he puesto tanto empeño a esta encomienda que nadie me dio pero le
pertenece, de dar nacimiento al fruto de mi entrega y que sobrevivirán nuestras
vidas perpetuando su nombre. Permítame ayudar a multiplicar la libertad y
juntos habremos logrado procrear una hija, que sólo usted y yo, sabremos es el
producto de este sentimiento que desafía la barrera de los tiempos.
Ahora, que ya lo sabe, repréndame con indulgencia y con la dulzura con la que
corrige los desvaríos de pueblos que aprenden a vivir su independencia. Su
enojo será la mejor prueba que la
Historia se construye con locuras de amor y de coraje. Y yo,
veré nacer una hija que mantendrá en la eternidad mi tributo de reconocimiento
a usted, gestado entre los nueve meses que están pasando desde el triunfo de
Ayacucho y el primer aniversario de Junín.
Aliente la multiplicación de la vida y la libertad. Todos esperan su palabra
para hacer más fácil el esfuerzo de ayudar a la Historia a reconocer su
entrega por la causa de los pueblos.
Gozo con la idea como lo hago las veces que estoy en su compañía.
Manuela.